Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 11 de mayo de 2025


Salud inmejorable, una esposa modelo, hijos robustos, fama de sabio; hasta una cabeza privilegiada que no se marea con cien vasos de sidra! exclamaba el médico D. Nicolás, cuya envidia disimulada brotaba groseramente en estas ocasiones.

Del monte volvió Buda, porque pensó, después de mucho pensar, que con vivir sin comer y beber no se hacia bien a los hombres, ni con dormir en el suelo, ni con andar descalzo, sino que estaba la salvación en conocer las cuatro verdades, que dicen que la vida es toda de dolor, y que el dolor viene de desear, y que para vivir sin dolor es necesario vivir sin deseo, y que el dulce nirvana, que es la hermosura como de luz que le da al alma el desinterés, no se logra viviendo, como loco o glotón, para los gustos de lo material, y para amontonar a fuerza de odio y humillaciones el mando y la fortuna, sino entendiendo que no se ha de vivir para la vanidad, ni se ha de querer lo de otros y guardar rencor, ni se ha de dudar de la armonía del mundo o ignorar nada de él o mortificarse con la ofensa y la envidia, ni se ha de reposar hasta que el alma sea como una luz de aurora, que llena de claridad y hermosura al mundo, y llore y padezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y padre de todos los que tienen razón de dolor: es como vivir en un azul que no se acaba, con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria, y con los brazos siempre abiertos.

Pensaba con envidia que allí dentro, en las mazmorras lóbregas y húmedas, se estaría muy bien, rodeado de absoluto silencio, lejos del mundo, sin pesares que turban la existencia.

En la clase de que voy hablando, la sencillez es la condicion característica de todos los actos, exentos de los vicios de ciertas aristocracias, y de la vulgaridad, la envidia y la ligereza superficial de ciertas muchedumbres. El calembour maligno, ó indecoroso, ó insustancial cuando ménos, no tiene cabida en la conversacion realmente espiritual y amable de la sociedad á que me refiero.

Siguen los cacharritos... No pongamos los botones de hueso al lado de los de metal: separemos igualmente los de hueso de los de madera, no sea que riñan. En todas partes hay clases, hija mía... Así... Ahora coloquemos estos líos de trapos a un ladito, para, que no se junten con las flores artificiales, no sea que tengan envidia de ellas y se echen a reñir.

Tal fué el caso de Sócrates, Colón, Galileo, Giordano Bruno, y tal también el de nuestro héroe. La primera mordedura de la envidia le causó el dolor agudo que debieron sentir estos grandes bienhechores del género humano. Su espíritu vaciló. Fué un instante nada más, un desmayo pasajero que sirvió para acreditar mejor el temple admirable de su alma. Sin embargo, aquella noche no pudo cenar.

Indudablemente su natural rudo y apasionado la llevó en el primer momento a la envidia. Aquella mujer le había quitado lo suyo, lo que, a su parecer, le pertenecía de derecho. Pero a este sentimiento mezclábase con extraña amalgama otro muy distinto y más acentuado. Era un deseo ardentísimo de parecerse a Jacinta, de ser como ella, de tener su aire, su aquel de dulzura y señorío.

La estimación de sus camaradas era lo único que, procurando conservarlo con delicadeza suma, encontraba digno de envidia, y su única ambición. Consideraba el honor de su regimiento como el suyo propio, y sabía de memoria los nombres de los oficiales y soldados de todos los escuadrones.

Pero estos comentarios y desahogos, y otros por el estilo, no los oía Emma; ella veía a la envidia, no la oía; veía sus ojos brillantes, sus sonrisas tristes, sus éxtasis sinceros y melancólicos en la cara de las incautas, que no sabían disimular siquiera, y se quedaban como Santas Teresas arrobadas en la meditación y el amor del pesar del bien ajeno.

Y si gritaban los otros, dejarlos: de pura envidia de no poder hacer lo mismo. ¡Válgame Dios! yo que te veía tan alto y te creía tan sólido, y ahora salimos con este escopetazo, ¡y es horrible, horrible, porque no daremos poco que hablar! ¿y las muchachas se conformarán en irse al Frigal ahora, Angelita, sobre todo? ¡qué desgracia, qué desgracia! Rompió a llorar.

Palabra del Dia

commiserit

Otros Mirando