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Actualizado: 11 de mayo de 2025


El uno valía para vencer y reducir á la obediencia á los rebeldes; el otro para gobernar sabia y blandamente á los sumisos. Con esto se aquietaba Doña Antonia y vivía en santa y dulce paz con su hija, á quien había enseñado todas sus habilidades caseras, reconociendo la maestra, sin envidia y con júbilo, que casi siempre se le aventajaba ya la discípula.

17 Y juntos ellos, les dijo Pilato: ¿Cuál queréis que os suelte? ¿A Barrabás o a Jesús que se dice Cristo? 18 Porque sabía que por envidia le habían entregado.

Allí estaba él, reluciente, armado de aquella pechera blanquísima y tersa, la envidia de las envidias de Trabuco. En aquel momento don Juan Tenorio arrancaba la careta del rostro de su venerable padre; Ana tuvo que mirar entonces a la escena, porque la inaudita demasía de don Juan había producido buen efecto en el público del paraíso que aplaudía entusiasmado.

Qué sentimiento y lágrimas de consuelo causó en el santo varón el ver martirizado á su compañero, y por otra parte qué dolor tendría de haberle perdido, esto más fácil es discurrirlo que explicarlo; abrazóle, bañóle en lágrimas de santa envidia, y le hubiera de buena gana llevado consigo, á haber sido capaz de ello la embarcación.

Por fortuna era tan dulce el Padre que no podía mover a odio, y tan silencioso y modesto que no excitaba la envidia. Todo se redujo a que le olvidasen, viéndole; género de olvido que ocurre con frecuencia.

Un millon de asesinos en regimientos andan corriendo la Europa entera, saqueando y matando con disciplina, porque no saben oficio mas honroso; en las ciudades que en apariencia disfrutan la paz, y en que florecen las artes, estan roidos los hombres de mas envidia, inquietudes y afanes, que quantas plagas padece una ciudad sitiada.

Dime, calzonazos, ¿en dónde están mis alhajas qué daban envidia a las de la Pilarica en Zaragoza? ¿en dónde están mis cuatro mantones de Manila que parecía que los habían bordado ángeles con manos de rosa?... ¡Ah! ¿dónde ha de estar todo aquel tesoro?

Comprendí que aquella larga enfermedad no dependía de , que toda pequeñez era el hecho de la falta de felicidad. «Un hombre es todo o no es nada» me decía. El más pequeño se torna el más grande, el más mísero puede dar envidia... Y me parecía que mi dicha y mi orgullo llenaba París.

La madre de Cornelia se miraba en su hija; los padres la daban por modelo a sus hijos; sus amigas la nombraban con orgullo, los pobres la bendecían, y hasta la envidia se detenía cuando se trataba de ella; ¡tan buena y dulce era la pobre Cornelia!

Y en su respeto había algo de envidia: la envidia que surge de una conciencia insegura. Cuando don Marcelo pasaba malas noches, sufriendo pesadillas, un motivo de terror, siempre el mismo, atormentaba su imaginación. Rara vez soñaba en peligros mortales para él ó los suyos.

Palabra del Dia

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