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Maravillaba la serenidad, la energía y la astucia que desplegó durante aquellas críticas circunstancias. Nada se logró en todo el día del lunes ni en toda la noche. Las esperanzas de la familia se disipaban poco a poco. Todos se entregaban desfallecidos al dolor y gemían por los rincones de la casa menos la valiente Carlota, cuya actividad crecía a medida que las esperanzas mermaban.

Ellos eran ángeles de paz que se entregaban en el silencio de la soledad a la práctica de una moral excelente y pura y que no aparecían entre los hombres más que para ofrecerles algún beneficio. Sus mismos ocios estaban consagrados a la oración y a la caridad.

Allí permanecían todo el día los condenados del juego, los malditos, sufriendo el más atroz de los tormentos al vivir junto á las puertas del santuario sin poder entrar en él. Habían perdido hasta la última moneda, y los directores de la casa, que repatrían generosamente á los jugadores arruinados, les entregaban el viático para el regreso á su país.

Hoy se entregaban a un calavera rico, mañana a un señorito achulado, tal noche a un marido ajeno, tal otra a un pollancón estúpido; y total, alguna cena, algún traje, desempeñar a costa de uno lo que había de lucir con otro, y a la postre el rostro ajado y la juventud malbaratada: vida de moza mesonera, trajín constante, pocas propinas y vejez: mendiga.

Antes de subir a caballo, Ricardo y Lorenzo permanecieron un largo rato contemplando a las gallinas que, ante la sola perspectiva de la noche aunque remota, se entregaban al laborioso trajín de buscar ubicación en las ramas de los árboles, sobre las ruedas de los carros, en lo más alto de una escalera de mano arrimada a la pared y que parecía ofrecer el mejor sitio para pasar la noche, de tal modo se agitaban por conquistarla, discutiendo visiblemente en nerviosos cacareos a que el respectivo gallo ponía término con picotazos que parecían al mismo tiempo caricia y reproche, traducible así: «¡Estáte quieta

En un día semejante, como sucedió después durante la mayor parte de dos siglos, los puritanos se entregaban á todo el regocijo y alborozo público que consideraban permisibles á la fragilidad humana; disipando solo en el espacio de un día de fiesta, aquella nube sombría en que siempre estaban envueltos, pero de manera tal, que apenas si aparecían menos graves que otras comunidades en tiempo de duelo general.

Aquellos señores que pasaban el día inclinados ante los tableros de dibujo, trazando modelos con una minuciosidad delicada ó alineando números y letras para sus cálculos, eran mirados como seres superiores. El rebaño obrero sentíase en contacto más íntimo con aquellos hombres que se limitaban á dirigirles en su trabajo, que con los otros de la administración que les entregaban el dinero.

La estremidad no la podía ver, oculta por una nube que dejaba trasparentar luces y auroras... Hacía trece años día por día, hora por hora casi que se había muerto allí su madre en medio de la mayor miseria, en una espléndida noche en que la luna brillaba y los cristianos en todo el mundo se entregaban al regocijo.

Toda la gente de Mare nostrum se mostraba entusiasmada por el nuevo aspecto de los negocios. Los marineros, taciturnos en las navegaciones anteriores, como si presintiesen la ruina ó el cansancio de su capitán, trabajaban ahora alegremente, lo mismo que si fuesen á participar de las ganancias. En el rancho de proa se entregaban muchos de ellos á cálculos comerciales.

Ronzal ya no parecía a la de Páez un hombre tosco, sino un hombre; las del barón se humanizaban, las niñas de la clase media olvidaban los huesos que enseñaba la nobleza, y pensaban en la alegría ambiente, se entregaban al baile con furor invencible, como ansiando beber en aquella atmósfera perfumada, demasiado perfumada tal vez, el licor desconocido que pudiera saciar sus vagos anhelos.