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Actualizado: 9 de julio de 2025


También él sentíase unido por un afecto tradicional al barrio donde se había deslizado su mísera niñez. Gustaba de deslumbrar a las mismas gentes que habían tenido a su madre por servidora, y dar un puñado de pesetas en momentos de apuro a los que llevaban zapatos a su padre o le entregaban a él un mendrugo en los días penosos.

La España de entonces recibió con agrado a las gentes que venían de África; los pueblos se entregaban sin resistencia; un pelotón de jinetes árabes bastaba para que se abriesen las puertas de una ciudad. Era una expedición civilizadora, más bien que una conquista, y una corriente continua de emigración se estableció en el Estrecho.

Ya se sabía que al Vivero no se iba a otra cosa. Visitación, Obdulia y Edelmira también, eran las que conocían mejor los lugares más escondidos, dónde había puertas de escape, y todo lo que exigían aquellos juegos infantiles a que se entregaban, sin pensar en los muchos años que tenían varias de aquellas personas tan alegres. A don Víctor se le recibió en triunfo; triunfo burlesco.

Prefirió retirarse a su quinta de Loreto, accediendo a las súplicas de Anita que se lo pedía con las manos en cruz. La pobre muchacha se aburría mucho en Madrid. Mientras a su imaginación le entregaban a Grecia, el Olimpo, el Museo de Pinturas, ella, Ana Ozores, la de carne y hueso, tenía que vivir en una calle estrecha y obscura, en un mísero entresuelo que se le caía sobre la cabeza.

En aquella sucia y fea calle, los árabes se entregaban a sus juegos favoritos y sobre todo a la caza de los armenios, de modo que así que uno de ellos se atrevía a sacar la cabeza a la puerta de su casa, caía sobre él una lluvia de balas.

Los albigenses, a quienes convirtió Santo Domingo con ayuda de Simón de Monfort, habían caído en abominable herejía porque se entregaban a los festines, elegancias y malas pasiones. Una picara mujer que sedujo a Martín Lutero tuvo la culpa de que se hiciese protestante media Europa.

I no traten los necios defensores que aun tiene el detestable tribunal llamado por antífrasis Santo, de decir que sus jueces no deben ser acusados de crueles porque ellos despues que condenaban al hereje lo declaraban no sujeto á su jurisdiccion, respecto á que por su delito se apartó de la Iglesia, constituyéndose bajo la sola potestad laical, i que cuando lo entregaban á esta no pedian que le fuese quitada la vida.

Pero, señora, comprenda usted que del 22 a aquí van ya dos días de prórroga y la ley no exige... Caballero, sea usted bondadoso. No puede ser... En dos días más... Siguió la porfía, hasta que el prestamista declaró, levantándose, que si al día siguiente, a la misma hora, no le entregaban los treinta mil nacionales, iría con la letra protestada a ver a don Bernardino Esteven.

Tras ellos se agrupaban muchos ballesteros de La Nuit y del Brabante, que observaban con interés el ejercicio á que se entregaban sus aliados ingleses. ¡Bravo, Gerardo! dijo el viejo Yonson á un mocetón de ojos azules y rubio cabello que con labios entreabiertos y fija mirada, seguía la dirección de la flecha que acababa de lanzar.

Juzgando que todo lo que guardaba relación con las letras, fuesen impresas ó manuscritas, merecía que se tratase con el debido respeto consagrándole tiempo y espacio suficientes, nunca leía las cartas cuando se las entregaban.

Palabra del Dia

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