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Actualizado: 6 de julio de 2025


Don Marcelo, que miraba con inquietud toda amistad nueva, temiendo una demanda de préstamo, se entregó con entusiasmo al trato del «grande hombre». El personaje era admirador de la riqueza, y encontró por su parte cierto talento á este millonario del otro lado del mar que hablaba de pastoreos sin límites y rebaños inmensos.

Cuentan que un fraile con ribetes de tuno y de filósofo, administrando el sacramento del matrimonio, le dijo al varón: Ahí te entrego esa mujer: trátala como a mula de alquiler, mucho garrote y poco de comer.

¿Llevamos este fusil? , quítale la cartuchera a ese que yo he tumbado, y vamos andando. Bautista entregó un fusil y una pistola a Martín. Vamos, ¡adentro! dijo Martín al demandadero.

- doy -respondió Basilio-, no turbado ni confuso, sino con el claro entendimiento que el cielo quiso darme; y así, me doy y me entrego por tu esposo. -Y yo por tu esposa -respondió Quiteria-, ahora vivas largos años, ahora te lleven de mis brazos a la sepultura.

7 [Zain]: Desechó el Señor su altar, menospreció su Santuario, entregó en mano del enemigo los muros de sus palacios; dieron grito en la Casa del SE

Porque su valor y disciplina militar, su constancia en las adversidades, sufrimiento en los trabajos, seguridad en los peligros, presteza en las ejecuciones, y otras virtudes militares las tuvieron en sumo grado, en tanto que la ira no las pervirtió. Pero el mismo poder que Dios les entregó para castigar y oprimir tantas naciones, quiso que fuese el instrumento de su propio castigo.

Tenía miedo; pero procuró marchar hacia la puerta con cierta majestad, pensando que un hombre estaba á sus espaldas. No quería que la confundiesen con las otras. Al verse solo el español, entregó un billete al camarero por toda la botella y salió sin querer recibir el cambio. Luego, en el bulevar, miró inútilmente á un lado y á otro. Elena había desaparecido... No la vería más.

La bella Kadjira, contemplando el infortunio de Mahoma, le dijo: «¡Yo seré tu primer creyenteCristeta, viendo desdichado a su amante se le entregó diciendo: «Mis labios son manantial de consuelo. ¡BebeDespués... suspiros sofocados por caricias y una sensación nueva, indefinible, mitad material, mitad extrasensual. ¿Hizo bien? ¿Cometió gran pecado? ¡Ah!

Vino poco después Nanín con una nueva y la entregó a Clara con igual alegría, pero Tristán volvió a apoderarse de ella y, haciéndose el distraído, la arrojó otra vez al suelo. Cuando al cabo de algunos instantes llegó por tercera vez el marqués con una nueva ofrenda, no pudo menos de advertir que sus lindas flores azules no estaban en las manos de Clara.

Entre tanto, quede yo en tu memoria tan gentil y enamorada, como en la mía quedas, y ten por cierto que nunca dejará de amarte tu Teletusa». Leída esta carta, Tiburcio entregó a Morsamor otra que donna Olimpia había dejado escrita para él.

Palabra del Dia

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