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Actualizado: 6 de junio de 2025
No tuvo otra cosa en la cabeza toda la noche, y al fin se le olvidó hacerlo al echarse el álbum en el bolsillo, de prisa y corriendo; porque ya se iba sin él... ¡Carape!... Y que ya no había enmienda posible. Pensando así, entregó el álbum a Nieves, con la forzada abnegación con que se entrega un criminal a la Guardia civil.
Estaba perfectamente sereno y hasta parecía encontrar justo que un hombre que no podía pagar tres duros se suicidase. Mario, indignado, sacó del bolsillo esta cantidad y se la entregó diciéndole al mismo tiempo algunas frases duras. Los guardas y la gente que había acudido le hicieron coro. Pero en estas contestaciones se pasó bastante tiempo. El joven sintió de pronto un frío intenso.
A Bonifacio aquel día con las glorias se le fueron las memorias; entregó cinco mil reales a Mochi, guardó los mil restantes con el presentimiento de no sabía qué gastos extraordinarios que tendrían que sobrevenir, y se dejó asfixiar moralmente, como él decía luego, por el incienso con que el tenor le pagó, por lo pronto, su generosidad caballeresca.
14 Y David se estaba en el desierto en peñas, y habitaba en un monte en el desierto de Zif; y lo buscaba Saúl todos los días, mas Dios no lo entregó en sus manos. 17 Y le dijo: No temas, que no te hallará la mano de Saúl mi padre, y tú reinarás sobre Israel, y yo seré segundo después de ti; y aun mi padre así lo sabe.
¡Cuando usted quiera! exclamó el conde de Fuentes; y ambos adversarios se disponían a salir, entre las aclamaciones de todos los circunstantes, cuando el criado del Conde, que llegaba en aquel momento, le entregó una carta que habían llevado para él, diciéndole que era urgente. ¡Lea usted, caballero! dijo Rafael con altivez; tiempo tenemos.
María se levantó con un movimiento de coraje, dejó caer una silla, salió del cuarto cerrando la puerta con estrépito y volvió en breve, vestida de negro, cubierta de una mantilla cuyo velo le ocultaba el rostro y envuelta en un pañolón, y salieron los dos juntos. Muy entrada la noche, al volver Stein a su casa el criado le entregó una carta. Cuando estuvo en su cuarto, la abrió.
En silencio tomó un par de pequeñas tijeras de hacer ojales de encima de la mesita-escritorio que había junto de la ventana, y me las entregó. Luego, temblándome la mano de agitación, introduje la punta en el extremo de la bolsita y la corté largo a largo, pero lo que cayó sobre la alfombra un momento después nos arrancó dos fuertes exclamaciones de sorpresa.
Cierta noche, al despedirse á la puerta, Demetria entregó al mancebo un pequeño envoltorio de papel y le dijo con voz temblorosa: Toma; pero júrame que no has de abrirlo antes que llegues á la Braña. Nolo juró y cumplió su juramento. Llega á su casa media hora antes, sube á su cuarto, enciende el candil y abre el envoltorio.
Siguió caminando un rato en silencio, y por fin, sacando unos papeles del bolsillo, se los entregó diciendo con voz sorda: Si perezco, déle usted esto al señor Benito. Dos lágrimas asomaron a sus ojos al mismo tiempo. ¿El señor Benito el Rato? preguntó Peña. Don Rudesindo no le oyó. Se había escapado ya por la carretera adelante para ocultar su emoción.
Le entregó su corazón con inocencia, como una cosa natural o que no podría ser de otro modo.
Palabra del Dia
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