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Actualizado: 2 de junio de 2025
Cálmate. No llegará el caso de que nos pesque, porque vamos a curarnos en salud. ¿Tapujos? No, hija, sino la gran comodidad para pasar unas horitas como unos marqueses, sin que lo sepa nadie. ¡Verás qué gabinete! Nos citamos, entramos con cinco minutos de diferencia: yo primero, tú en seguida, y al salir lo mismo. Cuando veas el cuarto, querrás quedarte allí. ¿Puesto con lujo?
Llegaron a la Aduana, pidió permiso el que los mandaba para entrar a saludar a la Regencia, se lo negamos, creyendo que los de la Junta no habrían perdido el juicio; insistió D. Pedro, golpeando el suelo con el sable y profiriendo amenazas y bravatas; entramos a notificar a los señores qué clase de estantiguas querían colarse en el palacio del gobierno, y este al fin consintió en ser felicitado por los caballeros a la antigua, temiendo despopularizarse si no lo hacía. ¡Debilidad propia de autoridades españolas!
Pero oye, amigo ¿tan vacía está tu bolsa? Porque en tal caso, mientras entramos en el primer campo, castillo ó villa de Francia, aquí llevo yo mi vieja escarcela de cuero al cinto y no tienes más que meter en ella la mano. Ya sabes que entre hermanos de armas no hay tuyo ni mío. No, amigo; aquí ni dinero se necesita.
Salimos de San Vicente, dia de San Juan Bautista, de 1553, y á los catorce dias de mar, agitados de continuas borrascas y vientos contrarios, roto el árbol de la nave, ignorando donde estabamos, entramos en el puerto del Espíritu Santo en el Brasil, poblado de cristianos, que con sus hijos y mugeres labran azucar. Hay algodon, grandes y muchos palos del Brasil y otras mercaderias.
Por supuesto que el maestro no se descubrió, no se movió de su asiento, no hizo gran caso de nosotros, nos hizo esperar todo lo que pudo, se empeñó en regalarnos un cigarro y en dárnoslo encendido él mismo de su boca; ¡cuántas groserías, en fin, suelen llamarse franquezas entre ciertas gentes! Era por la mañana: la fatiga y el calor nos habían dado sed: entramos en un café y pedimos sorbetes.
Me había puesto de frac y sombrero de copa. Cuando entramos, el Círculo hervía ya de gente, lo cual me causó una emoción de placer y de miedo difícil de explicar. Mi entrada produjo cierta sensación.
Es que no entramos hoy respondió la Tribuna. Y cien voces confirmaron la frase : No se entra, no se entra. No entran... ¿pues qué pasa? Que se hacen con nosotras iniquidás, y no aguantamos. No, no aguantamos. ¡Mueran las iniquidás! ¡Viva la libertá! ¡Justicia seca! clamaron desde todas partes.
Descansamos dos dias en esta tierra salada, dudando el camino que seguiríamos; pero se eligió el derecho, y á los cuatro dias entramos en la provincia de los Carcokies: y el general, estando á cuatro leguas de su pueblo, envió 50 cristianos y 50 Cários, para que nos diesen alojamiento.
El vals recomenzaba; entramos en el gran salón y nos perdimos en el mar de danzantes. Blanca había pasado de su interesante palidez a un encarnado suave, que revelaba la excitación involuntaria que provocan en la mujer la música y el baile. El último vals lo había bailado con un ímpetu y un ardor de veinte años.
Pasamos allí la noche en un detestable hotel, frío como una tumba, y al día siguiente, después de cinco horas de marcha por la sabana, entramos por fin en la capital de los Estados Unidos de Colombia. Era el 13 de enero de 1882, y hacía justo un mes que nos habíamos puesto en viaje de Caracas. ¡De Viena a París se va en 28 horas!
Palabra del Dia
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