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Actualizado: 2 de junio de 2025


Mentiría si dijera que no me acordaba de Dolorcitas; pero me acordaba de una manera vaga, remota. En el barco supe que se había casado; pero por más esfuerzos que hice para desesperarme no lo pude conseguir. Entramos en la bahía de Cádiz una mañana de invierno, con un sol espléndido.

Cuando ya no quedó nada que sacar, unos señores que se llaman crédito público buscaron un hombre de bien para guardar el convento, es decir, el caparazón. Oyeron hablar de mi hijo, y vinimos a establecernos aquí, donde yo vivo con ese hijo, que es el único que me ha quedado. Cuando entramos en el convento, salían de él los padres.

A pocos pasos de la costa principia el bosque en el que muy laboriosamente fuimos internándonos gracias á los bolos de toda la gente de los botes. El humo era nuestro guía. A las dos horas de no pocos trabajos entramos en un claro.

Guióme Neluco y seguíle yo: estaba abierta la portalada, embutida entre la torre y un extremo de los edificios que forman dos lados de la espaciosa corralada en que entramos, cerrándola por el otro lado un muro que une otra esquina de la torre con la fachada frontera de la escuadra de edificios.

Para esperar al guarda que ha de venir en nuestra busca, entramos en el Mas-de-Giraud, una antigua granja de los señores de Barbentane. En la cocina alta, y alrededor de una mesa están todos los hombres de la hacienda, labradores, viñadores, pastores, zagales, graves, silenciosos, comiendo despacio, servidos por las mujeres, quienes comerán después. No tarda el guarda con la carretilla.

Pero, no bien salimos de la Plaza Mayor, entramos en una plaza..... mínima, que nos enamoró mucho más que la que dejábamos. ¡Tanto nos enamoró, que si los hijos del país hubiesen oído nuestras celebraciones, las habrían considerado irónicas y burlescas!

Corrió Facia a avisarle y entramos los demás en el cuarto del enfermo, en los linderos ya de la agonía y con los ojos clavados en un crucifijo colocado por el Cura para eso a los pies de la cama. Vino el muchacho, y, con su ayuda, administró don Sabas la Extremaunción al moribundo.

En Suiza, como en Bélgica y otros países, los sacristanes especulan mucho con las curiosidades de las iglesias, lo mismo que en Alemania especulan los príncipes y reyes con sus ricos palacios, los pasaportes y las casas de juego. Eran las ocho de la noche cuando entramos al templo, que se hallaba en absoluta oscuridad.

La puerta cedió sin resistencia y entramos en la habitación donde habíamos cenado la noche anterior, en la que se veían aún los restos de la cena y numerosas botellas vacías. ¡Adelante! exclamó Sarto, que por primera vez parecía próximo a perder su maravillosa serenidad. Nos precipitamos por el corredor en dirección a la entrada del sótano. La puerta de la carbonera estaba abierta de par en par.

Entramos en ella, y díjome: "No es alcázar la posada, pero yo os prometo, sobrino, que es a propósito para dar expediente a mis negocios," Subimos por una escalera, que sólo aguardé a ver lo que me sucedía en lo alto, para si se diferenciaba en algo de la horca. Entramos en un aposento tan bajo, que andábamos por él como quien recibe bendiciones, con las cabezas bajas.

Palabra del Dia

lanterna

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