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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Mientras Guimarán estrechaba la mano enguantada del Provisor, este, sin poder traer su pensamiento a la realidad presente, seguía saboreando la escena de dulcísima reconciliación en que acababa de representar papel tan importante. «¡Ana era suya otra vez, su esclava! ella lo había dicho de rodillas, llorando.... ¡Y aquel proyecto, aquel irrevocable propósito de hacer ver a toda Vetusta en ocasión solemne que la Regenta era sierva de su confesor, que creía en él con fe ciega!...». Al recordar esto, con todos los pormenores de la gran prueba ofrecida por Ana, don Fermín sintió que le temblaban las piernas; era el desfallecimiento de aquel deleite que él llamaba moral, pero que le llegaba a los huesos en forma de soplo caliente.
Sería alguna extranjera. Rafael la tenía frente a su banco y veía su mano enguantada apoyándose en el antepecho de la tribuna, agitando el abanico con escandaloso crujido. El resto de su cuerpo se confundía en la penumbra de la tribuna al echarse atrás para cuchichear y reír con su acompañante. Distraído por aquella revista, Rafael apenas atendía al orador.
Doña Eugenia era una mujer económica, pero había adquirido un vicio considerable, el del papel. Cada día más enemiga de los microbios y resuelta a darles guerra crudísima mientras le quedase un soplo de vida, desde hacía algún tiempo ni daba la mano a nadie sino enguantada ni tocaba objeto alguno si no era interponiendo entre los bacilus y sus dedos un papel.
Sintió él que perdía el aplomo, creyó que iba a decir o hacer alguna atrocidad; y sin poder contenerse, se puso en pie delante de ella. ¿Se marcha usted ya? «Si yo me arrojo a sus pies ahora, ¿qué pasa aquí?» se preguntó don Álvaro. Y sin saber lo que hacía, tendió la mano enguantada y dijo temblando: Anita... si usted quiere... algo para las provincias....
A las tres de la tarde entró doña Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.
A pesar de su alta razón, no podía menos de sentir un poco de esa curiosidad sembrada por la serpiente en el alma de Eva y que la más perfecta de sus nietas no consigue ahogar completamente. En esta disposición de ánimo completamente favorable colocó su manita enguantada en el brazo del joven agregado, mientras Neris ofrecía el suyo a la señora de Raynal.
La doctora se perdió tras de una mampara de vidrios hablando con el cochero que había venido á recibirlas. Freya, antes de desaparecer, se volvió para enviarle una sonrisa pálida. Luego levantó su enguantada mano con el índice rígido, amenazándole lo mismo que á un niño revoltoso y audaz.
Es una lástima, le dijo Lucía en voz baja, para no ser oída de Muñoz; ahora que no está Adriana para acapararlo como hace siempre, ahora que una podría hablar con usted, se va tan en seguida. Pocos minutos después, acompañándole con Charito hasta la escalera del vestíbulo, su mano enguantada, mientras él descendía, le saludó por encima de la barandilla.
Óyeme bien dijo acortando el paso y fijando sus ojos en los de Fernando con imperiosa resolución . No quiero que te vayas. ¡No te irás, no debes irte!... Me dice el corazón que va a ocurrir algo malo. Golpeaba el suelo con un pie; apretaba convulsivamente con su garrita enguantada una muñeca de Ojeda, como si temiese verlo desaparecer.
Palabra del Dia
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