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Actualizado: 12 de junio de 2025
Esto hubiera sido monstruoso. Las mujeres son, por lo general, las que descubren o inventan las aventuras, caídas o deslices de sus enemigas; pero doña Luz estaba tan por cima y tan apartada de toda rivalidad y se había ganado de tal suerte el afecto de todos, que nadie le contaba los pasos ni andaba acechando para ver si daba alguno en falso y acusarla de ello después.
El alcalde con los vecinos más notables predicaban paz a los mocetones de las dos familias enemigas, y allá iba el cura, un vejete de Dios, de una casa a otra recomendando el olvido de las ofensas. Treinta años que los odios de los Rabosas y Casporras traían alborotado a Campanar.
En el Alcázar todo es alegre y resplandeciente, y desde las ventanas y los balcones volados de las piezas interiores se goza de todo el espectáculo encantador que ofrece el inmenso jardin oriental que rodea al palacio. ¡Qué de tradiciones dramáticas en aquel recinto donde reinaron razas y dinastías enemigas!
En la fábrica comenzaron las bromas por parte de sus enemigas, que le preguntaban irónicamente cuándo se casaba, y la llamaban de apodo «la Pastora», por tener amores con el nieto del tío Tomba. Temblaba de inquietud la pobre Roseta. ¡Qué paliza iba á ganarse! Cualquier día llegaba la noticia á su padre.
Divès acaba de partir para Falsburgo, conoce al comandante de la plaza..., y si envía solamente varios centenares de hombres en nuestro socorro... No hay que contar con eso interrumpió la anciana ; Marcos puede ser cogido o muerto por los alemanes; y aunque supongamos que consiga atravesar las líneas enemigas, ¿cómo podrá entrar en Falsburgo? Todos permanecieron silenciosos.
Después la brusca parada en vísperas de ascender a coronel; la parálisis a consecuencia de una insolación que venció al brillante oficial, a él, a quien las balas enemigas habían dejado en pie. Después la despedida al regimiento, a la vida activa y brillante, el retiro, la enfermedad, la miseria... Raynal no tenía más que su sueldo.
Pues bien, las jóvenes distinguidas no pudiendo soportar, como es natural, el contacto de otras jóvenes menos distinguidas, empezaban a desertar del paseo acostumbrado yéndose por pelotones al otro camino. Desde allí, irguiendo la noble cabeza, miraban, al través de la red de carruajes, desfilar a sus enemigas naturales por el paseo de enfrente.
El ventisquero me representó un monstruo enorme de hielos puntiagudos que avanzaban á mi encuentro; ese mar de Granville, un ejército de olas enemigas que concurrían acordes al asalto. Mi huésped no era viejo, pero sí achacoso, enfermo. A pesar de que estábamos en agosto tenía cerrada la ventana.
Era una mujer entre los cuarenta años y los cincuenta, que todavía guardaba vestigios algo borrosos de una belleza ya remota. Su obesidad desbordante, blanca y flácida tenía por remate una cabecita de muñeca sentimental; y como gustaba de escribir versos amorosos, apresurándose á recitarlos en el curso de las conversaciones, sus enemigas la habían apodado «Cien kilos de poesía».
Era una descendencia de patriarca bíblico, pero toda irregular y mestiza, producto del cruzamiento de sangres enemigas, de razas antagónicas. ¡Famoso comendador! Parecía que al quebrantar sus votos hubiese buscado aminorar esta falta escogiendo siempre mujeres infieles. A su pecado de impureza unía lo vergonzoso del comercio con hembras enemigas del verdadero Dios.
Palabra del Dia
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