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Los olivos de áspero y dislocado tronco, los naranjos sobre cuyo verde oscuro resaltan las encendidas notas de sus frutos, y las robustas encinas que asientan como garras gigantescas sus raíces desnudas en la seca tierra, pueblan las vertientes de los cerros coronados de calvos y cenicientos peñascos.

La parte de atrás de la casa de los hidalgos daba a una hondonada; tenía una gran galería de cristales y estaba hecha de ladrillo con entramado negro; enfrente se erguía un monte de dos mil pies, según el mapa de la provincia, con algunos caseríos en la parte baja, y en la alta, desnudo de vegetación, y sólo cubierto a trechos por encinas y carrascas.

Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían.

La Revolución, las desgracias, los años y las ideas fueron modificando su manera de ser y se completaron en su vejez. Yo mismo puedo asegurar por mi parte haber visto cómo su espléndida y fácil naturaleza se desenvolvía después de los sesenta años de existencia. Parecíase a las encinas que vegetan y se rejuvenecen de continuo hasta el día en que el hacha del leñador rompe su tronco.

Era cierto: la misma constitución endeble de Pilar, ofreciendo menos campo al mal, retrasaba la crisis funesta de su padecimiento; y así como el huracán, que desgaja encinas, sólo encorva las cañas, la tisis entraba con ímpetu menor en aquel cuerpo linfático, que lo hiciera en uno sanguíneo y pujante.

Y esta mañana a las cinco estaba esperándome al pie de la cuesta su gran break, cargado de escopetas, perros y víveres. Henos aquí rodando por la carretera de Arlés, algo seca y árida en esta madrugada de diciembre, en que apenas se distingue el pálido verdor de los olivos y el verde intenso de las encinas, demasiado de invernadero y como ficticio.

En toda esa sucesion, de planicies, valles y colinas ó pequeñas montañas, cuyo conjunto parece formar un inmenso jardin ó parque inglés, alternan en la mas graciosa armonía limpios arroyos saltadores, perdiéndose en medio de rocas hundidas entre abismos de verdura; espesos bosques de abetos, hayas y encinas, á veces de tan admirable regularidad natural, que parecen como decoraciones de ópera en un teatro sin límites; lustrosas praderitas sobre cuyas alfombras hacen contraste en algunos puntos los terraplenes y puentes de un ferrocarril; alegres cortijos que se muestran á la vera del camino, casi invadidos por las bóvedas umbrías de los bosques de abetos; en fin, numerosas casas rústicas trepadas sobre las lomas, en medio de hortalizas, árboles frutales, plantaciones de cereales y rebaños de ganados diversos, redondos y lustrosos como las lindas lomas en que pacen.

Algunos dejaban colgar en torno de su seccionamiento las esquirlas filamentosas de la madera muerta, á semejanza de un mondadientes roto. La fuerza destructora se había ensañado en los árboles seculares: hayas, encinas y robles. Grandes marañas de ramaje cortado cubrían el suelo, como si acabase de pasar por él una banda de leñadores gigantescos.

De trecho en trecho se rasga la espesura del bosque, dejando columbrar por pequeños espacios el admirable panorama que se desarrolla al N. N.-E.; pero apénas se tiende la mirada para contemplarlo cuando el inmenso cortinaje de verdura vuelve á cerrarse, y en vez de los nevados y montañas, los lagos y lejanos valles y planicies entrevistos por un segundo, torna á rodearlo á uno la tupida floresta de pinos, abetos, hayas y pequeñas encinas.

Una escena de este delicioso sitio y de aquel dulce tiempo está fija en mis ojos y en mi corazón, cada vez que veo amarillear con el último rayo de sol las ramas medio desnudas del bosque de encinas.