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Puedo decirte cómo es el paisaje lo mismo que si lo estuviera viendo... ¡Es decir, lo estoy viendo, lo estoy viendo de veras! Mira aquí debajo la Puerta de Hierro, las encinas del Pardo que se extiende hasta las faldas del Guadarrama. ¡El Guadarrama! ¡Qué hermosas montañas de color violeta...! Y el cielo, el cielo azul encima, profundo, inmenso, convidando a volar por él.

Lo menos durante un minuto, como Bernardo de Mauprat atraído por los pasos de Edma, la miré huir bajo las verdes ramas de encinas, el velo al viento, su larga amazona oscura ondulante con la sobrenatural agilidad de un diablillo negro.

Las rocas, las encinas, el poyo que hay en la puerta del molino. Todo permanece en pie, todo ocupa su puesto. Pero, ¡ay de ... han desaparecido algunos de los que os contemplaban en algún tiempo!... Como las aristas se dispersan por el aire. Así se han dispersado los seres de mi hogar querido. Hasta las golondrinas dejan de fabricar el nido cabe las cornisas del tejado.

Bermúdez, en cuanto se sintió solo, se sentó sobre la yerba. Un encuentro a solas con cualquiera de aquellas señoras y señoritas en un bosque espeso de encinas seculares, le parecía una situación que exigía una oratoria especial de la que él no se sentía capaz. Y, sin embargo, ¡qué deliciosa podría ser una conferencia íntima con Obdulia o con Ana sobre la verde alfombra!

El Sena, todavía poco importante, porque no ha recibido aun las aguas del Marne, que le aumentan su caudal en las cercanías de Paris, hace allí un arco, dividiendo la pequeña y graciosa ciudad de Melun, reclinada sobre la falda de una colina, cuyos bordes salpican pequeños bosques de pinos y encinas.

En el fondo, el mar, cuyas ondas azules, después de haber prolongado los contornos de la bahía, van a morir sobre frescas praderas cortadas por setos de rosales silvestres y por oxiacantos floridos que esparcen a lo lejos su perfume. Aquí y allá algunas encinas seculares sostienen un techo de rastrojos cubierto de lindas matas azules y de clemátidas, que penden en largas guirnaldas.

y en peñascos y en colinas los nopales, las encinas, responden en són amante al beso fresco y errante de las auras vespertinas. Bajo la enramada espesa, clara y profunda la presa como un espejo se tiende, y en blancos chorros desciende, y en su murmurio no cesa. Leve el humo en la alquería revela el fuego que arde en el hogar, y á porfía dan las aves su armonía á la oracion de la tarde.

Por toda distracción, dos horas de paseo en el jardín del viejo claustro. ¿Conocéis un jardín de claustro? grandes encinas negras y silenciosas, un césped raquítico encuadrado en verjas de cañas, y el sol a mediodía; eso es todo. Así, confesad, que cuando un día de fiesta se ha podido escapar de la iglesia para ir a su celda, ¡el corazón late desahogado y alegre!

Las rocas levantan hasta el cielo sus bellos frontis dorados por la luz; pero sus bases están ocultas por un bosquecillo de encinas y castaños; gracias á la verdura y variedad del follaje, el contraste demasiado duro que formaría la abrupta pared de las rocas con la superficie horizontal del llano, aparece suave. En el paraje más espeso del bosque, es donde se encuentra el abismo.

Reynoso atravesó el bosque por un lindo y retorcido camino enarenado que él mismo había hecho construir. Al cabo de algún tiempo de marcha el bosque dejaba de ser espesura sombría, impenetrable, y se transformaba en monte ralo de olmos y encinas por cuyos grandes claros pastaban algunas vacas negras y bravas con sus chotillos al lado. El pastor le salió al encuentro.