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Actualizado: 11 de julio de 2025
Y salieron por el postigo a despedirse de robles, encinas, espinos, zarzas, helechos, y de la yerba fresca y verde de la otoñada. Aquella noche se prolongó la fiesta en Vetusta; era la despedida del buen tiempo; el invierno iba a volver, el diluvio estaba a la puerta.... Y se improvisó una cena para todos aquellos señores.
La mañana era hermosa; el cielo estaba claro y profundo como un mar azul; el sol desprendía del follaje de las encinas un perfume penetrante que dilataba los pulmones y daba bienestar al corazón. Catalina salió de su choza y se adelantó hasta la orilla del bosque, por un sendero que, dando varios circuitos, conducía a la calzada de la aldea de Orsdael.
La región de las encinas había terminado, y cruzábamos la de las faldas y los planos inclinados donde se hace un extensísimo cultivo de la viña. De repente, al volver un alto, recodo, el horizonte se abrió á nuestra vista, sin que ninguna eminencia interrumpiese el inmenso panorama. ¡Asombrosa hermosura la que nos aguardaba!
Pero al volver rico y triunfante para su castillo, en los agrios cerros y en el espeso bosque de encinas que hay entre Pinos y Alcalá, cayó en una celada que los moros, más de mil en número, le habían preparado, y allí murió combatiendo heroicamente contra ellos. La viuda de D. Jaime, que así se llamaba el muerto adalid, quedó como única señora y alcaidesa del castillo. Era su nombre doña Mencía.
Sucedió, pues, que en más de seis días no le sucedió cosa digna de ponerse en escritura, al cabo de los cuales, yendo fuera de camino, le tomó la noche entre unas espesas encinas o alcornoques; que en esto no guarda la puntualidad Cide Hamete que en otras cosas suele.
Es una excelente posada la del Áncora de Oro, en Plonezoch. Cerca de la puerta se elevan dos hermosas encinas, verdes y frondosas, que dan sombra a las mesas, siempre atractivas, de tan lustrosas que están; y como el Áncora de Oro está situada en la plaza mayor, no se encuentra un golpe de vista más animado, sobre todo a la hora del mercado, durante las hermosas mañanas de julio.
Finalmente, ordenó don Quijote entrar en la ciudad entrada la noche, y, en tanto que la hora se llegaba, se quedaron entre unas encinas que cerca del Toboso estaban, y, llegado el determinado punto, entraron en la ciudad, donde les sucedió cosas que a cosas llegan. Capítulo IX. Donde se cuenta lo que en él se verá
Viendo la total inobediencia de los vecinos y moradores en concurrir al cumplimiento de su obligacion, mandé á la ciudad al capitan de infanteria, D. Pedro de Encinas, con dos subalternos y 30 hombres, con órden de que hiciese salir todas las personas ùtiles, á excepcion de las empleadas en justicia y rentas, bajo las penas que ya tenia publicadas por bando.
Según caminaba, el monte se hacía cada vez más ralo y más bajo: las robustas encinas se transformaban en chaparros. La naturaleza rocosa del terreno, oculta en el parque y en el bosque, se mostraba ya al descubierto. Las piedras asomaban por todas partes. Algunas veces veíaselas desprendidas y yacentes en enormes bloques unas sobre otras en perenne equilibrio.
Estuvo en el Retamal y en el Llanete, que está junto, donde le descalabraron dos veces; fué á la fuente de Genazahar y al Pilar de Abajo; subió al Laderón y á la Nava, y extendió sus excursiones hasta el cerro de Jilena y el monte de Horquera, poblado entonces de corpulentas y seculares encinas.
Palabra del Dia
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