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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Sin embargo, Su Excelencia había ido allí como los demás, para oírme leer aquel mal parto de mi infecundo ingenio, y era preciso hacer un esfuerzo. Me llené, pues, de resolución, y empecé á leer. Pero permitidme, antes de referir lo que leí, que os alguna noticia del grande, del ilustre, del imponderable Duque de Cantarranas.

A los catorce o quince años empecé a sentirme mejor, a comer con más apetito y me puse hasta gordo, dado, por supuesto, mi temperamento; pero al llegar a los veinte, no si por el mucho estudiar o el desarreglo de las comidas, o la falta de ejercicio, o todo esto reunido, volvieron a exacerbarse mis enfermedades, y puedo decir que, durante una larga temporada, mi vida ha sido un martirio.

Luego que los cuatro ilustres senadores que formaban mi auditorio se colocaron bien en sus sillas, saqué fuerzas de flaqueza, tosí, miré á todos lados con angustia, respiré con fuerza, y con voz apagada y temblorosa, empecé de esta manera: «Capítulo primero.

Llegábamos a Saint-Point al caer de la tarde. Yo me encerré en un aposento que une al gabinete con el dormitorio, y extendiendo un colchón sobre el suelo, empecé allí la vela, teniendo abierta la puertecilla de comunicación: era la postrera noche que aquellos sagrados restos debían pasar bajo su antiguo techo. ¡No por qué me figuraba yo que prolongaba su presencia a mi lado al prolongar yo al suyo mi vigilancia! ¡Sólo Dios sabe las lágrimas, las invocaciones, las bendiciones y revelaciones de aquella noche!

Procurará hacerlo, no lo dudo contesté sonriéndome. Después, temeroso de que Miguel dijese algo que me obligase a mostrarme ofendido, empecé a felicitarlo por el marcial aspecto de su guardia y por la lealtad que me había demostrado el día de la coronación. Pasé después a hacer un caluroso elogio del pabellón de caza que había puesto a mi disposición.

Apenas cumplí los treinta años, empecé a sufrir los más agudos dolores de cabeza que puedan imaginarse, los cuales de día en día aumentaban al grado de hacerme la vida un verdadero martirio. Solamente descansaba yo de ellos cuando dormía, razón por la cual procuré cortejar a Morfeo incesantemente.

Empecé como soldado de segunda clase; pero he hecho lo que he podido... Si fuese un asunto comercial, daría mi opinión: ¡pero en esto! Tal vez mi camarada... ¡Otro Martínez! Don Marcos olvidó al capitán del zapato de fieltro. Era el Lewis de la parte contraria. Toda su atención se concentró en el capitán de botas brillantes y junquillo juguetón.

Hemos sabido, y claro se parece Que en las Romanas armas arrojaros Quereis, pues su rigor menos empece Que no la hambre de que veis cercaros, De cuyas flacas manos desabridas Por imposible tengo el escaparos. Peleando quereis dexar las vidas, Y dexarnos tambien desamparadas, A deshonras y muertes ofrecidas.

De este modo desperté su ambición, y para inflamarla más empecé a hacerle preguntas referentes a su persona y posición. ¿Hacía muchos años que era capellán del colegio? ¿Cuándo había venido a Sevilla? ¿En qué se empleaba antes? ¿Estaba contento con su cargo? En seguida descubrió la oreja.

»Señor, nada que no sea natural respondiome, que la hora se aproxima, que llega el instante... »¿Cuál? »¿No lo adivina usted? El Cielo le había concedido sesenta años de vida, y tenía usted ya treinta cuando empecé a cumplir sus deseos. »¡Yago! exclamé con terror, ¿hablas formalmente? », señor. En cinco años ha consumido usted en gloria veinticinco de existencia.

Palabra del Dia

ciencuenta

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