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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Yo, de buena gana, le hubiera abrazado, como a todo el mundo. Si no abrazos, por lo menos empecé a repartir sonrisas a todos, porque me parecía que todos habían contribuido a mi felicidad. Lo único que me sorprendió, al cabo de algunos momentos, fue que no me preguntasen por Gloria. Dios mío, ¿cómo se podía vivir sin Gloria?

Todo lo que no conocemos es absurdo, y ¡conocemos tan pocas cosas!... No; mi remordimiento no se dejará convencer nunca; no evitarás que de noche entretenga mi insomnio haciendo cálculos, recordando fechas. Cuando empecé á interesarme por ti, mi hijo vivía aún, y yo lo olvidé.

Triste quedeme, desamparada, y lo que fue peor, en peligro; que apenas cubrió la tierra de la fosa el cuerpo del sin ventura esposo mío, pareció que de otra fosa ignorada salía, para poner en mi corazón ira y espanto, el eterno perturbador de mi sosiego, a quien yo no conocía más que por la relación que de él me había hecho mi esposo; digo que apenas, después de los primeros meses del luto, a la calle salí, y en mi casa empecé a recibir como antes a mis amigas, y a los amigos de mi marido, hizo le presentasen en ella sin mirar en nada, y como si hubiese ignorado que yo ignoraba su nombre, conociéndole por el mortal enemigo de mi familia, el capitán don Baltasar de Peralta.

Esta especie de confidencias íntimas empiezan de esta manera: «Durante los primeros años de mi juventud, empecé a escribir un diario exacto de cuanto me ocurrió a , o en torno mío, con todas aquellas reflexiones que los diversos acontecimientos de mi vida me sugirieren. Después de largo tiempo, perdí esta costumbre, y quemé los apuntes que tenía hechos.

FERRANDO. Y se entró en mi cuarto a sorberse el aceite de mi lámpara; yo empecé a rezar un Padre nuestro en voz baja... ni por ésas; apagó la luz y me empezó a mirar con unos ojos tan relucientes; se me erizó el cabello; tenía un no qué de diabólico y de infernal aquel espantoso animalejo.

No tengo otro sueldo, ni otro patrimonio que mi trabajo personal, mi trabajo de sol á sol como humilde obrero de la inteligencia, y de esta obra he de sacar más de mil duros que habré tenido que gastar para escribirla, y si pudiera ser, para comprar la lápida de mi madre. Medio enternecido y medio lloroso me levanté de aquella piedra, y empecé á dar vueltas por allí.

Fue en esa primera e inolvidable comida donde empecé a conocer lo que era la sociedad bogotana. Pocos momentos más difíciles y más gratos al mismo tiempo. La reunión era selecta, y cada uno, en su amabilidad y alegría, se esforzaba en darme la bienvenida.

Señaláronme por cuartel para buscar mi vida el de San Luis; y así, empecé mi jornada, saliendo de casa con los otros, aunque por ser nuevo me dieron, para empezar la estafa, como a misacantano, por padrino el mismo que me trujo y convirtió. Salimos de casa con paso tardo, los rosarios en la mano; tomamos el camino para mi barrio señalado.

Empecé a hablar muy recio de las cañas de Talavera y de un caballo que tenía porcelana; encarecíales mucho el roldanejo que esperaba de Córdoba.

No consentía que se hiciera pausa en nuestra conversación. Me acordé entonces de la sonrisa de Villa cuando le hablé de ella y empecé a explicármela. Observando mi distracción, me dijo: ¿Qué es eso? ¿Repara usted en la seriedad de Villa? Siempre le pasa igual. En cuanto llega Isabel, concluyen las guasitas. Se queda con una cara larga, larga, que da pena mirársela...¡Pobrecillo!

Palabra del Dia

ciencuenta

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