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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Vea cuál está aquella sotana y manteo, que ha servido de pañizuelo a las mayores narices que se han visto jamás en paso, y mire estas costillas. Y con esto empecé a llorar.
De la casa de la Ciudad y del arco del Triunfo. ¿Y qué traes? Muchas cosas, muy grandes y muy buenas. Mi mujer tomó una friolera y se acostó. Yo empecé á escribir esta desaliñada Revista, que me entretuvo hasta la una y media.
Celebraba esta ocasión que le iba á permitir mostrarse ante la «señora marquesa» en la misma actitud de un héroe de novela. «Acepto todas las condiciones había dicho á Moreno por terribles que sean. Quiero hacer ver que, aunque empecé como un simple trabajador, soy más valiente y más caballero que ese capitán.» Acabó el oficinista por mover otra vez su cabeza afirmativamente.
Un famoso operador me tomó por ayudante; dejé de ser criado.... Empecé a servir a la ciencia... mi amo cayó enfermo; asistile como una hermana de la Caridad.... Murió, dejándome un legado... ¡cosa graciosa!
Indudablemente no era ella, como no es ella ese blanco fantasma que veo algunas veces durante mi delirio de pie e inmóvil junto a mi lecho. Acabé de fastidiarme en París. Más aún, empecé a sentir un deseo punzante de ver a Amparo. Como estaba acostumbrado a hacer mi voluntad, apenas el deseo de verla se me hizo exigente; me puse en camino.
Empecé por el testamento, que era largo y minucioso.
Consistía en un bastón, una máquina para hacer cigarrillos, un cuerno de caza y cuatro mil reales en dinero. ¡Una fortuna!... Mi hermano tuvo libros, yo ropa, y cuando me vestí de gente, empecé a tener enfermos.
¿Qué es eso, qué es eso, mi hijita? ¿Qué quiere decir eso? ¿Sabéis lo que ha hecho ayer, señor cura? ¡Me ha pegado! ¡Pegado! repitió el cura con aire incrédulo, tan imposible le parecía que alguien se atreviera a tocar, ni aun con un dedo, a un ser tan delicado como mi persona. ¡Sí, pegado! Y si no me creéis, os voy a mostrar las marcas. Y ya empecé a desprenderme la bata.
Empecé a sospechar que me iba enamorando y esto me traía inquieto. No podía pensar en aquella niña sin sentir profunda melancolía como si personificase mi juventud, mis ensueños de oro, todas mis ilusiones, que para siempre estaban separados de mí por barrera infranqueable.
Y ya que estaba apartado, volvió con gran prisa, y llamándome a voces, estando en el campo donde no nos oía nadie, me dijo al oído: -Por vida de V. Md., que no diga nada de todos los altísimos secretos que le he comunicado en materia de destreza, y guárdelo para sí, pues tiene buen entendimiento. Yo le prometí de hacerlo, tornóse a partir de mí, y yo empecé a reírme del secreto tan gracioso.
Palabra del Dia
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