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Sus virtudes no pongas en balanza En la mansion solemne del terror: Yace en brazos de trémula esperanza, A los piés de su Padre y su Señor! ¿Á dónde vas? Voy á salvar al mundo Propagando de Dios la ley de amor. Apóstol, tu labor será infecundo, Ven al festin, y enjuga tu sudor. No, no: yo voy á emancipar el mundo De Dios, siguiendo santa ley de amor. ¿Á dónde vas?

Otras veces andaba por el cuarto a largos pasos. Otras se echaba en un sillón y se cubría el rostro con las manos. Jamás se había sentido tan inactivo, tan incapaz y tan infecundo. Un día cerró con despecho el volumen en que iba escribiendo sus apuntes, y se puso a escribir en hojas sueltas. La inspiración entonces vino sin duda en su auxilio.

Ya se entiende que esto excita la curiosidad y el asombro, pero en manera alguna disminuye la gloria de Gutenberg, como no quita á Colón la gloria de haber descubierto la América el descubrimiento muy anterior y harto infecundo de los islandeses.

El ejemplo de prudencia admirable que en sus relaciones internacionales ha dado la República Argentina, no será infecundo para la América.

El suelo, enteramente compuesto de despojos de piedra arenisca, es infecundo, y únicamente algunos retazos contiguos á la orilla del rio Iténes se prestan á la agricultura y producen muy buenos frutos.

Su terreno puede llamarse infecundo, porque, segun las señales y las noticias de los indios, las grandes mareas lo inundan; y aunque parece frondoso, lo causan estas inundaciones que dejan pantanos intransitables, á lo menos en las cuatro primeras leguas de su boca.

La idealidad de lo hermoso no apasiona al descendiente de los austeros puritanos. Tampoco le apasiona la idealidad de lo verdadero. Menosprecia todo ejercicio del pensamiento que prescinda de una inmediata finalidad, por vano e infecundo. No le lleva a la ciencia un desinteresado anhelo de verdad, ni se ha manifestado ningún caso capaz de amarla por misma. La investigación no es para él sino el antecedente de la aplicación utilitaria. Sus gloriosos empeños por difundir los beneficios de la educación popular, están inspirados en el noble propósito de comunicar los elementos fundamentales del saber al mayor número; pero no nos revelan que, al mismo tiempo que de ese acrecentamiento extensivo de la educación, se preocupe de seleccionarla y elevarla, para auxiliar el esfuerzo de las superioridades que ambicionen erguirse sobre la general mediocridad. Así, el resultado de su porfiada guerra a la ignorancia, ha sido la semicultura universal y una profunda languidez de la alta cultura. En igual proporción que la ignorancia radical, disminuyen en el ambiente de esa gigantesca democracia, la superior sabiduría y el genio. He ahí por qué la historia de su actividad pensadora es una progresión decreciente de brillo y de originalidad. Mientras en el período de la independencia y la organización surgen, para representar lo mismo el pensamiento que la voluntad de aquel pueblo, muchos nombres ilustres, medio siglo más tarde Tocqueville puede observar, respecto a ellos, que los dioses se van. Cuando escribió Tocqueville su obra maestra, aún irradiaba, sin embargo, desde Boston, la ciudadela puritana, la ciudad de las doctas tradiciones, una gloriosa pléyade que tiene en la historia intelectual de este siglo la magnitud de la universalidad. ¿Quiénes han recogido después la herencia de Chánning, de

La libertad no ha muerto, Y en la sangrienta arena Donde se postrada Su aliento no rindió: De heridas traspasada, Y en rojo humor teñida, En sus convulsas manos Nuestro laurel salvó. Secad el triste lloro Que baña las mejillas Al sol de la esperanza Que miro ya lucir, Los pueblos no se salvan Con infecundo llanto, Sinó queriendo altivos Ser libres ó morir.

Es elocuente en alto grado; ameno a veces, a veces sublime, y tan rico siempre de doctrina, de atrevimientos, de ideas originales y de clara y bien ordenada exposición de las ideas de otros, que sugiere, despierta y suscita en cualquier espíritu, aunque sea pobre e infecundo como el mío, tan grande tropel de pensamientos y tan enmarañada madeja de raciocinios, que si no fuese por miedo de fatigar a mis lectores, no me aquietaría yo con escribir este artículo, sino que escribiría una docena, y aún se me quedaría mucho por decir.

Sin embargo, Su Excelencia había ido allí como los demás, para oírme leer aquel mal parto de mi infecundo ingenio, y era preciso hacer un esfuerzo. Me llené, pues, de resolución, y empecé á leer. Pero permitidme, antes de referir lo que leí, que os alguna noticia del grande, del ilustre, del imponderable Duque de Cantarranas.