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Actualizado: 13 de julio de 2025


Desde sus torres, siendo mozo, miraba a lo lejos, soñando conquistar el mundo y adornar su frente con una corona. Aquí conoció a su mujer, y, bajo las frondas de estos árboles, arrullaba a su pequeña Elsa, que era el sol de su vida... , siento en las manos la humedad de tus lágrimas. Te lo ruego, no llores.

ELSA. ¡Ten piedad de , padre mío! ¡Le amo tanto! EL CONDE. Yo también he conocido el amor; pero si tu madre se hubiera parecido a ti, la hubiera echado como a una ínfima esclava, como a una innoble criatura, sólo útil para satisfacer los caprichos fugaces de sus amos. ELSA. ¡Os dejáis llevar de la ira, conde!

El castillo está dispuesto para el recibimiento del noble prometido. Voy a mandar que enciendan nuevos fuegos; los barriles de alquitrán están ya apagándose. ELSA. ¡Padre! EL CONDE. ¿Queréis, quizá, que os envíe a vuestras damas de compañía? No tenéis más que mandarlo. Pero no; el amor prefiere la soledad. Perdonad a un viejo que ha olvidado ya lo que es el amor. ¡A vuestras órdenes!

Legítima de la tierra. Esbelta, arrogante; brazos y garganta con adorables redondeces, y los blancos tules de Elsa amplios en la cintura, pero estrechos y casi estallando con la presión de soberbias curvas. Sus ojos negros, rasgados, de sombrío fuego, contrastaban con la rubia peluca de la condesa de Brabante.

Lohengrín, llegando en su barquilla para salvar a Elsa. Sólo falta el cisne... a no ser que el barbero se contente con este papel... Hablando en serio, no creía que aquí hubiese un hombre capaz de portarse así. ¡Y si usted hubiese muerto!... exclamó el joven para justificar su aventura. ¡Morir!... Le confieso a usted que al principio tuve algún miedo; no de morir, que yo le temo poco a la muerte.

Cuando pase por delante de vuestro escondrijo, caed sobre él y tiradlo al estanque. ¡Chis!... Le ataréis a las piernas plomo y piedras... ¡Cómo besa a mi hija ese ladrón de mi honor! ASTOLFO. , ahora estoy convencido de que no es el duque. EL CONDE. ¡Silencio! ELSA. ¿Por qué te has hecho esperar tanto? ENRIQUE. ¡Oh, el día me ha parecido interminable!

Cuando he visto esta noche reflejarse nuestro castillo, con sus ventanas iluminadas, en el agua inmóvil del estanque, he pensado que así debe de ser el castillo de la muerte. ¡La muerte!... Pero si Enrique, en efecto, ha muerto, ¿por qué le siento tan cerca de ? Sus besos me queman los labios, y mi corazón... ELSA. ¿Quién es? ENRIQUE. ¡Elsa! ¡Amor mío! ¡Mi amada prometida! ELSA. ¡Enrique!

ELSA. Te ha suplicado que consientas en nuestro matrimonio, mientras que , con la crueldad de un hombre obcecado... EL CONDE. Puedes no medir demasiado tus palabras, Elsa; no tienes que violentarte con tu viejo padre. El propio emperador te apoya, sus garras mantienen mi cabeza humillada, su pico ha peinado esta mañana mis cabellos blancos para la acogida del novio.

Tus mejillas enrojecidas te denunciarán... Gracias a Dios, las trompetas han callado al fin. Ahora mi Enrique estará ya sobre su caballo... Debe de estar entrando ya en el castillo. A la puerta le recibirá mi padre... ¡Pobre padre! ELSA. ¿Qué es eso? ¿Todavía?

Probablemente es reglamentario entre esos guerreros, de cuyas costumbres no tengo la menor idea... ¡Ah, ya han entrado! ¡Están en el patio del castillo! ELSA. Me buscan a . Me da vergüenza lo que he hecho, y mis mejillas enrojecidas me venderán, sobre todo al resplandor de las antorchas. Cuando , Enrique, me mires con una sonrisa maliciosa, me moriré de confusión.

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