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Yo no quería revelar este secreto sino al propio duque; pero puesto que sois su amigo... Caballeros, escuchad lo que voy a deciros: ¡Mi hija ha sido infiel a su prometido! Es una vergüenza para ella y para ; pero no quiero ocultarla. ELSA. ¿Dónde está Enrique? ¡Voy a volverme loca! ¿Por qué todas esas antorchas? Lanzan un resplandor terrible. Enrique, ¿dónde estás?

Suplicad a nuestro buen emperador que no me eche; dadle la seguridad de mi plena, de mi absoluta sumisión... ELSA. ¡Vamos, padre! ¡Te lo suplico! Levántate. EL CONDE. , noble duquesa; suplicad al emperador que no destruya el nido en que ha nacido el pobre conde. No hay piedra, no hay agujero en el castillo que le sean desconocidos. De niño andaba a gatas por las losas del patio.

ENRIQUE. Una llama del infierno arde en ellos. ELSA. ¿Y cómo fulguran de tal modo tus ojos? Los ojos de los espectros están apagados y mudos. ENRIQUE. Los iluminan resplandores del paraíso. ¡Amor mío, novia querida! ¡Si supieras cómo te amo! ¡Qué largo ha sido este día para ! ELSA. ¡Y para qué terrible! ENRIQUE. No podía más.

JULIETA. ¿Estuviste también de juerguecita...? RAQUEL. ¡Estuve bailando con los norteamericanos hasta las dos de la madrugada...! No dónde tengo las piernas... ¡Y este endiablado estudio apenas está empezado...! ELSA. ¡A me da miedo pensar que tengo que cubrir de color este lienzo...! Lo único que me interesa de todo esto son los calzoncillos, porque es lo más fácil de hacer.

Pero nuestro amor al duque no es menos grande. Debéis comprender nuestra ansiedad cuando, a pesar de nuestra tercera llamada, no ha acudido junto a nosotros. ELSA. ¿Cómo? ¡No ha acudido! EL CONDE. Me llenáis de asombro. ¿No está con vosotros el duque? ¿Dónde está entonces? Desde muy de mañana esperamos con los brazos abiertos al noble prometido de mi hija.

Se me figura un dulce sueño. Pero ¿por qué no dices nada? Pareces inquieta; tu corazón late presuroso. Di, querida mía, ¿qué tienes? ELSA. Nada. Pero el sol de hoy era tan triste... ENRIQUE. Ya se ha puesto. ELSA. , se ha puesto; no está ya en el cielo, y estás aquí, junto a . Pero no, no eres ; es tu espectro de los labios ardientes y la mirada luminosa. ELSA. ¡Es el duque que llega!

Cuando rechazasteis brutalmente al duque al pediros mi mano, yo me postré a los pies del emperador, rogándole que tuviese piedad de los infelices enamorados y que suavizase con su poder divino vuestra crueldad. EL CONDE. ¡, con su poder divino! ¡Muy bien dicho! ELSA. Y entonces el emperador, tomándome bajo su protección, os dirigió una orden en la que me llamaba su hija.

He venido a tu lado por breves instantes, como un espectro, y dentro de un momento vendré de nuevo, entonces a unirme contigo para toda la vida. ELSA. ¡Un momento más! ENRIQUE. Me llaman. Parecen muy inquietos. Acudo. ¡Adiós, amor mío! ELSA. ¡No, hasta la vista! Enrique, amado mío, te espero. ¡Dime algo más... una sola palabra! ¡Enrique! Quizá no haya sido sino fruto de mi imaginación. Es posible.

ELSA. ¡Naturalmente...! ¡Lorenza está ya acabando...! IN

Voy a ordenar que se enciendan todos los fuegos, que arda el alquitrán en los barriles; vamos a esperar toda la noche al novio retrasado, sin pegar los ojos en nuestro éxtasis amoroso y nuestra sumisión canina. ELSA. Perdóname, padre. EL CONDE. , seremos dóciles como perros; de otra suerte, el emperador podrá enfadarse con nosotros.