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Actualizado: 4 de junio de 2025


Amo a Electra con amor tan intenso, que no aciertan a declararlo todas las sutilezas de la palabra humana. Desde que la vieron mis ojos, la voz de la sangre clamó dentro de , diciéndome que esa criatura me pertenece... Quiero y debo tenerla bajo mi dominio santamente, paternalmente... Que ella me ame como aman los ángeles... Que sea imagen mía en la conducta, espejo mío en las ideas.

ELECTRA. Deje usted que aligere mi corazón. Pesan horriblemente sobre él las conciencias ajenas. ELECTRA, PANTOJA; EVARISTA por el foro. EVARISTA. Amigo Pantoja, la Madre Bárbara de la Cruz espera a usted para despedirse y recibir las últimas órdenes. PANTOJA. ¡Ah! no me acordaba... Voy al momento. Vigile usted. Temamos las malas influencias. ELECTRA, EVARISTA, EL MARQU

Ya me ha dicho éste que preparamos una operación extensa. Toma. EVARISTA. No me asombraré de verle a usted entrar con otra carga de dinero... Dios lo manda. Al ver a su tía, vacila, no se atreve a pasar. Arráncase al fin, tratando de escabullirse. ELECTRA. En el cuarto de la plancha. Fui a que Patros me planchara un peto... EVARISTA. ¡Y te estás con esa calma! ELECTRA. Una carta.

No me conformo con que usted lo parezca: quiero que lo sea. Un ángel que pertenece a usted... ¿Y en esto debo ver un acto de caridad extraordinaria, sublime? PANTOJA. No es caridad: es obligación. A mi deber de ampararte, corresponde en ti el derecho a ser amparada. ELECTRA. Esa confianza, esa autoridad... PANTOJA. Nace de mi cariño intensísimo, como la fuerza nace del calor.

PANTOJA. ¡Ah! señores de la Ley, yo les digo que Electra, adaptándose fácilmente a esta vida de pureza, encariñada ya con la oración, con la dulce paz religiosa, no desea, no, abandonar esta casa. PANTOJA. Ahora precisamente no. PANTOJA. Tenga usted calma. MÁXIMO. No puedo tenerla. EVARISTA. Es la hora del coro. Quiere decir San Salvador que después del rezo...

Los mismos; BALBINA, que interrumpe bruscamente la escena, entrando por la izquierda presurosa y sofocada. BALBINA. ¡Señora, señora! BALBINA. ¡Ay, lo que ha hecho la señorita! Me han descubierto. Acaba... ELECTRA. Confesaré si me dejan. Ha sido que... BALBINA. Fue a casa de Don Máximo, y le robó... porque ha sido como un robo... muy salado, eso . DON URBANO. ¿Pero qué...?

Cero, trescientos diez y ocho... Hazme el favor de alcanzarme las Tablas de resistencias... aquel libro rojo... MÁXIMO. Más arriba. ELECTRA. Ya, ya...¡qué tonta! MÁXIMO. Es maravilloso que en tan poco tiempo conozcas mis libros y el lugar que ocupan. ELECTRA. No dirás que no lo he puesto todo muy arregladito. MÁXIMO. ¡Gracias a Dios que veo en mi estudio la limpieza y el orden!

ELECTRA. Algunos... por el lenguaje de los ojos, que no siempre sabemos interpretar. Por eso no los cuento. MÁXIMO. : hay que incluirlos a todos en el catálogo, lo mismo a los que tiran de pluma que a los que foguean con miraditas. Y henos aquí frente al grave asunto que reclama mi opinión y mi consejo. Electra, debes casarte, y pronto. MÁXIMO. Antes hoy que mañana.

MÁXIMO. Verdades que han de serle muy útiles... Que aprenda por misma lo mucho que aún ignora; que abra bien sus ojitos y los extienda por la vida humana, para que vea que no es todo alegrías, que hay también deberes, tristezas, sacrificios... ELECTRA. ¡Jesús, qué miedo! CUESTA. Conviene no estimular con el aplauso sus travesuras. DON URBANO. Y mostrarle un poquito de severidad.

CUESTA. Que lleven esta carta al correo. PATROS. Ahora mismo. Mujercita juguetona, ven aquí. ¡Qué dicha tan grande verte! ELECTRA. ¿Me quiere usted mucho, Don Leonardo? ¡Si viera usted cuánto me gusta que me quieran!

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