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Actualizado: 13 de junio de 2025


La verdad es que no me gustaría dejar de ser Diana Gardanne para convertirme en la señora Durand, la señora Dupont o la señora Boucher; se me figura que tendría un aire de vulgaridad espantosa. Pues yo, cuando he soñado en las cualidades que pudiera tener mi marido, nunca he formulado el deseo de que esté adornado con un nombre decorativo. ¡Ahí viene mamá! ¡Buen día, tía! exclamó Diana.

Al contrario, los suyos, a la vista del amenazador cabo de cuerda, estaban siempre en un estado de irritabilidad nerviosa, como decía el señor Durand, de irritabilidad nerviosa muy saludable. De este modo, Kernok obtuvo bien pronto la estimación y la confianza del capitán negrero, capaz, afortunadamente, de apreciar sus raras cualidades.

Pero Grano de Sal ya no le escuchaba, porque el cura había descendido del púlpito para dirigirse al cementerio donde reposaba Kernok; pronto llegaron ante la tumba. El rostro de Grano de Sal se había vuelto severo y sombrío, tenía la gorra entre sus manos, y Durand le apretaba el brazo mientras se enjugaba los ojos.

Aun le veo, tendiéndome la mano y diciéndome: «¡Toma!... esto es para Grano de Sal... Adiós... viejo... no te olvides». ¡Voto a tal! dijo el viejo emocionado , esto me da más pena ahora, cada vez que me acuerdo, que en el momento en que ocurrió. ¡Pobre Zeli! Y la cabeza del señor Durand cayó entre sus manos callosas y arrugadas.

Mientras examinaba la pierna del maestro Zeli, el señor Durand sacudió tres o cuatro veces la cabeza y silbó, muy bajo, es verdad, el aire del Botón de rosa, para acabar diciendo: Estás... fastidiado, viejo mío. ¡Ah! pero, ¿de veras? , . Entonces, si eres un buen muchacho, toma mi pistola y levántame la tapa de los sesos. Iba a proponértelo. Gracias. ¿No tienes ningún encargo que hacerme?

Pero después de haber navegado en un mar proceloso, la popa de su esquife ha conseguido una orilla de paz y de reposo.» ¡La popa, la popa! dijo Durand con aire despreciativo ; ¡la proa, la proa, sacristán!

No, maestro Durand; al contrario, es que piden municiones allá arriba, porque acaban de enviar la última granada; y no crea usted, la corbeta inglesa ha quedado rasa como un pontón, pero sigue haciendo un fuego de mil demonios... ¡Ah! Mire, una bala se me ha llevado un dedo. Vea usted, maestro Durand... ¿Y quieres que yo pierda el tiempo en mirar tu rasguño, bribón, perro?

Así decían los heridos, bastante fuertes para gritar, pero no para andar, viendo al señor Durand y a sus compañeros que se embarcaban en la canoa. Lo más probable es que no sea para hacernos tomar el aire para lo que nos envían aquí dijo un parisiense que tenía un brazo de menos y un balazo en la columna vertebral.

Y el nombre del maestro Durand, el artillero-cirujano-calafate de a bordo, resonaba desde el puente a la cala, dominando el ruido y el tumulto inseparables de un combate tan encarnizado como el que se libraba entre la corbeta y el brick; y, en efecto, a cada andanada que enviaba, El Gavilán temblaba y crujía en su armazón, como si hubiese estado a punto de abrirse.

¡Voto a tal! no se moleste usted, señor Durand; usted es uno de los antiguos, un amigo del pobre señor Kernok. Y de nuevo levantó los ojos al cielo suspirando. ¡Qué quieres, muchacho! cuando llega la hora de desamarrar dijo el señor Durand sorbiendo, con un largo resoplido, una gota de aguardiente que quedaba en el fondo de su vaso , cuando el cable cede, el áncora se va al fondo.

Palabra del Dia

rigoleto

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