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Pero después de haber navegado en un mar proceloso, la popa de su esquife ha conseguido una orilla de paz y de reposo.» ¡La popa, la popa! dijo Durand con aire despreciativo ; ¡la proa, la proa, sacristán!

Dispuesto, pues, el corazón a creer lo que te he dicho, está, ¡oh hijo!, atento a este tu Catón, que quiere aconsejarte y ser norte y guía que te encamine y saque a seguro puerto deste mar proceloso donde vas a engolfarte; que los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones.

Nocturno adorno bello que a las encantadoras filipinas regala Dios para prenderse al cuello. Con ardiente ambición desmesurada, anhela ciego el hombre, sin reposo, blasones adquirir, nombre famoso, y subyugar la ciencia ilimitada. Escudriñar la bóveda estrellada, registrar el Océano proceloso, por llegar, arrogante y majestuoso, de la gloria a la cúspide escarpada.

La había visto a la luz de un relámpago; pero la obscuridad volvió a caer sobre aquel mar proceloso, ocultándola a las miradas del Capitán. ¿Estás seguro de no haberte equivocado, Cornelio? No, tío; la he visto perfectamente. ¿A proa? Hacia el Nordeste. ¿Lejana? Unas tres millas. Es la costa de la tierra de Torres. Procuremos no chocar con alguna escollera, Horn.

No es solamente la duda la que inspira a Hamlet sus famosas reflexiones: Ser o no ser: he ahí el problema. ¿Qué es más de admirar? ¿La resignación que de rodillas acata los caprichos de la ciega Fortuna o la fuerza que lucha en el mar proceloso y encuentra el término de sus males en ese terrible combate con los embravecidos elementos? ¡Morir!

Ya no hay ninguno que, saliendo deste bosque, entre en aquella montaña, y de allí pise una estéril y desierta playa del mar, las más veces proceloso y alterado, y, hallando en ella y en su orilla un pequeño batel sin remos, vela, mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazón se arroje en él, entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya le bajan al abismo; y él, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se halla tres mil y más leguas distante del lugar donde se embarcó, y, saltando en tierra remota y no conocida, le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces.