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Además a él también le rejuvenecía aquella situación de amor platónico, de intimidad dulcísima en que sólo él hablaba de amor con la boca y ambos con los ojos, la sonrisa y todo lo demás que era mudo y no era deshonesto y grosero». «Así como así el verano siempre le tenía un poco lánguido y desmadejado.

El uno era el virtuoso Vicario de Aldea, de Enrique Zschokke , cuyo diario había leído siempre con lágrimas, porque el ilustre escritor suizo ha sabido depositar en él raudales de inmensa ternura y de dulcísima resignación. El otro era el P. Gabriel, de Eugenio Sue , que este fecundo novelista ha sabido hacer popular en el mundo entero con su famoso Judío Errante.

No era ya la dulcísima apenada que el alma ansiosa, el corazon ardiento del dolor, en las sombras anegada, de una pena indecible é ignorada sucumbia al durísimo tormento. El asombro, el delirio, la hermosura de su alma vírgen, para amar nacida, se exhalaban en ansia de ternura, en explosion inmensa de ventura, de amor supremo, de esplendente vida.

Con las voces y gemidos de Sancho revivió don Quijote, y la primer palabra que dijo fue: -El que de vos vive ausente, dulcísima Dulcinea, a mayores miserias que éstas está sujeto. Ayúdame, Sancho amigo, a ponerme sobre el carro encantado, que ya no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos.

Quando entraba en el puerto la hermosa Aurora por las puertas del oriente, Salia en trenza blanda y amorosa. Oyose un estampido de repente, Haciendo salva la real galera, Que despertó y alborotó la gente. El son de los clarines la ribera Llenaba de dulcisima harmonia, Y el de la chusma alegre y placentera.

Avida de ambiente puro, abrió un balcón que daba al huerto, y apoyada de pechos en la barandilla, respiró con fuerza, larga y deleitosamente el aire fresco del amanecer. ¡Qué sol tan hermoso!... Y en su alma, ¡qué dulcísima paz! Ruiloz halló a la enferma igual que la víspera.

Largas y turbulentas veladas de amor, estabais lejanas, pero no olvidadas. ¡Qué impaciencia en la espera! ¡Qué alegría cuando llegaba! ¡En la posesión, qué completa entrega de alma y cuerpo! ¡Qué dulce laxitud en el reposo! Y en la despedida, ¡qué dulcísima pena! ¿Quién hacía la última caricia? Esto que era irrecordable.

Parecía más alta, y, en la luz muriente de la tarde, daba una nota de emoción dulcísima, una delicada nota de sentimiento pasional.... Doña Rebeca, con mucho aparato de sollozos, se enteraba del próximo fin de su hijo y pensaba con terror en los gastos del entierro.

Seguí silencioso a su lado hasta que, cerca ya de Tarlein y habiendo anochecido, dejó Sarto que nos adelantásemos un tanto, quedándose él atrás para impedir todo súbito ataque de nuestros enemigos. Entonces Flavia me dijo con su voz dulcísima: Sonríete, Rodolfo, si no quieres verme llorar. ¿Estás enojado? ¡Oh, no! La culpa la tiene ese malvado Henzar.

Sus palabras le enternecieron, le sonaron a una declaración; además, se acordó de su mujer y del mal trato que le daba; ello fue que dos lágrimas como puños, muy transparentes y tardas en resbalar, le saltaron de los hermosos ojos claros; se quedó muy pálido y daba diente con diente. Oh amico caro! dijo ella con dulcísima voz temblona ; come siete buono...