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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Y era muy difícil defenderse de la embriaguez causada por aquella portentosa armonía de formas, por aquella riqueza de cabellos, de color, de atractivos; por aquella mirada dulcísima y ardiente que le sonreía, le enamoraba, le acariciaba, le chupaba, por decirlo así; por aquella nobleza de lo bello, por aquella magia de lo maravilloso. Encanta una mujer hermosa vestida de blanco ó de negro.

Y Álvaro sonreía de un modo que lo decía todo perfectamente, y hasta con acompañamiento de una música dulcísima que la Regenta creía oír dentro de sus entrañas; una música que le salía de los ojos y de la boca.... «¡qué sabía ella! pero aquello era una delicia mucho más fuerte que todas las del misticismo».

«No, no caería en la tentación de convertir aquella dulcísima amistad naciente, que tantas sensaciones nuevas y exquisitas le prometía, en vulgar escándalo de las pasiones bajas de que sus enemigos le habían acusado otras veces.

Por encima del arrabal aparecía aún, más allá del caserío confuso que el tren dejaba atrás, la llanura de sombra violácea; y una iglesia lejana se diseñó como una miniatura gótica estampada en el cielo pálido; Adriana creyó oír algunos toques de la campana, llegando hasta ella en una vibración imperceptible, moribunda, y sin embargo penetrante en su música como una dulcísima queja.

Pero al atravesar el umbral de la casa de Dios, y detenerse entre la puerta y el cancel, y ver allá dentro, enfrente, las luces del baptisterio, una emoción religiosa, dulcísima, empapada de un misterio no exento de cierto terror vago, esfumada, ante la incertidumbre del porvenir, le había dominado hasta hacerle olvidarse de todos aquellos miserables que le rodeaban. Sólo veía a Dios y a su hijo.

Palabra del Dia

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