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Actualizado: 30 de abril de 2025
Ella se había imaginado el lujo de otra manera: grandes y ostentosas sillerías, muebles monumentales, y aquí apenas encontraba donde sentarse. Sólo veía divanes bajos y cojines en el suelo. Los muebles eran de aspecto tan frágil, que no osaba tocarlos; los colores de paredes y cortinas, tan raros y complicados, que daban el vértigo á sus ojos.
#Desde el «Club de los Salvajes» a casa de Calderón.# Pintorescamente diseminados por los divanes y butacas de la gran sala de conversación del Club de los Salvajes, yacen a las dos de la tarde hasta una docena de sus miembros más asiduos. Forman grupo en un rincón el general Patiño, Pepe Castro, Cobo Ramírez, Ramoncito Maldonado y otros dos socios a quienes no tenemos el gusto de conocer.
Comió y se fue al mes de María; mas en el momento en que subía al altar, el armonium permaneció mudo. Miss Percival no se hallaba ya allí. La joven organista de la víspera estaba en aquel momento muy perpleja. Sobre los dos divanes de su cuarto de vestir, se ostentaban dos preciosos trajes, uno blanco, y azul el otro. Bettina se preguntaba cuál de los dos se pondría para ir esa noche a la Opera.
Era una estancia espaciosa, amueblada con lujo de comerciante rico: gran mesa de caoba maciza, armarios de caoba también, donde había más legajos de papeles que libros, alfombra de terciopelo, divanes forrados de brocatel, y escribanía de plata enorme como un monumento.
Yo, a bailar un tango o una-guaracha, mi queridín respondió, y diciendo y haciendo comenzó a saltar por la sala dando las castañetas hasta que se le cayó el sombrero y quedó al aire la piedra de lavar que tenía por cabeza. Los socios se tiraban por los divanes, de risa. Peña dejó escapar algunas frases de desprecio, y se retiró amoscado y desabrido.
Cecilia entonces arrastró al Duque con fuerza hacia uno de los divanes, y le dijo: Siéntese usted. El magnate la miró demudado, y preguntó: ¿Para qué? ¡Siéntese usted, le digo! pronunció con rabia la joven, y al mismo tiempo, poniéndole las manos sobre los hombros, le empujó hacia abajo. El Duque se sentó al fin.
Los jugadores de poker habían terminado sus partidas, prudentemente, al ver invadido el salón por una banda de locos que gritaban discursos subiéndose a las mesas, ensayaban suertes de gimnasia con las sillas o se tendían en los divanes colocando los pies entre las copas.
Se llevaron anchos y bajos divanes a la sala; y allí, en el mismo silencio y la misma suntuosidad fúnebre que había incubado la muerte de mis hijos; en la profunda quietud de la sala, con lámpara encendida a la una de la tarde; bajo la atmósfera pesada de perfumes, vivimos horas y horas nuestro fraternal y taciturno idilio, yo tendido inmóvil con los ojos abiertos, pálido como la muerte; ella echada sobre el diván, manteniendo bajo las narices, con su mano helada, el frasco de Jicky.
Estaban sentadas en los divanes de los ángulos, conversando entre ellas, mirando á los grupos de jugadores con un aire de empleadas que descansan después de cumplido su deber. Habían llegado á Monte-Carlo muchos años antes, con joyas, con miles de francos, con un hombre que sufría sus desigualdades de humor y encima daba dinero; y todo se había volatilizado en las mesas del Casino.
Algunas mañanas, al levantarse las señoritas, aún encontraban tendidos en los divanes hombres desconocidos que roncaban boca abajo, con los tufos de pelo sudorosos cubriéndoles las orejas, el pantalón desabrochado y más de uno con los residuos de una cena mal digerida a corta distancia de su cara.
Palabra del Dia
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