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Actualizado: 16 de junio de 2025
En tal momento, Hans, el cuervo, volando por encima del abismo, pasó ante la puerta lanzando un grito ronco; oyose un ruido como de granizo desprendiéndose de la maleza y apareció el loco en el terraplén con un aspecto muy hosco; dirigió una mirada hacia el hogar, y exclamó: Marcos Divès, procura mudarte pronto. Te lo advierto porque estoy cansado de este desorden.
Cada cual llevaba sus presentes a los novios: Jerónimo, unos zapatitos para Luisa; Materne y sus hijos, un gallo silvestre, la más ardiente de las aves, como es sabido; Divès, varios paquetes de tabaco de contrabando para Gaspar, y el doctor Lorquin, una canastilla de fina ropa blanca. Las mesas estuvieron puestas para todo el mundo y las hubo hasta en las trojes y bajo los cobertizos.
No tardaron los fugitivos en dejar atrás la fábrica de aserrar del marqués; después torcieron a la derecha, para llegar a la casa de «El Encinar», cuya elevada chimenea se descubría sobre la meseta, a tres cuartos de legua. Marcos Divès y su gente llegaron gritando: ¡Alto! ¡Pararse un poco! ¡Mirad allá abajo!
Si Piorette no acude en su socorro, es posible. Los guerrilleros se habían aproximado al fuego. Marcos Divès se inclinó hacia los rescoldos para encender la pipa, y al levantarse dijo: Yo, Jerónimo, no te pregunto mas que una cosa; sé de antemano que la gente se ha batido bien donde tú mandabas...
Para más de quince días contestó la buena mujer. ¡Para ocho días! exclamó el contrabandista, vaciando de cenizas la pipa golpeándola contra la uña. Esa es la verdad dijo Hullin . Marcos Divès y yo creíamos que el enemigo atacaría el Falkenstein; pero nunca pudimos pensar que lo bloquearía como una plaza fuerte. ¡Nos hemos equivocado!
Dicho esto, besó a Luisa, y cogiendo de un brazo a Marcos Divès y del otro a Jerónimo, se dirigió a su casucha, seguido del resto de la comitiva, que repetía a coro los sublimes cantos del anciano.
Y a propósito, ¿dónde están mis pistolas? En aquel momento se separaron las ramas y apareció Marcos Divès, con el espadón colgando de su mano, gritando: ¡Bah, señora Catalina! ¡Estas sí que son emociones! ¡Con mil demonios! ¡Y qué suerte la de haber estado yo aquí! Porque esos miserables iban a desvalijarles de pies a cabeza.
¡Pobre Margredel! continuó el anciano cazador, tras una pausa ; debe estar inquieta desde hace ocho días; seguramente rogará por nosotros a Santa Odilia. En aquel momento, Marcos Divès, que marchaba delante, lanzó un grito de sorpresa. ¡Señora Lefèvre! dijo deteniéndose , los cosacos han incendiado su casa.
Oyose un ruido como de paja removida, y luego la tapadera de madera se corrió: un cuerpo enorme, de una anchura de tres pies de hombro a hombro, delgado, huesudo, cargado de espaldas, con el cuello y las orejas color de ladrillo, los cabellos obscuros y espesos, inclinose para pasar por el boquete, y Marcos Divès apareció ante Hullin bostezando, estirando sus largos brazos y dando un suspiro contenido.
En tal situación, la labradora, saliendo del estupor en que se hallaba, murmuró de repente algunas palabras ininteligibles. Luego añadió en voz baja: ¡Divès llega!... Le veo... Sale por la poterna que está a la derecha del arsenal... Gaspar le sigue y...
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