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Yo creí que sería el duque de Uceda, y mandé á Casilda que abriese. Poco después abajo un altercado: era Casilda que disputaba con un hombre que á todo trance quería entrar, que decía tenerme que decir cosas graves, y que al fin dijo era el cocinero mayor del rey.

Era una de pareceres, discusiones ardorosas y diversas profecías, que agitaban la ciudad de un extremo a otro, con el calor y la vehemencia de la sangre meridional. Se disputaba, se enfriaban amistades, por si en media hora el río había subido cuatro dedos o uno solo; y faltaba poco para venir a las manos por si esta riada era más importante que la anterior.

Me dio lástima aquel pobre ser enclenque y miserable, que disputaba a los perros callejeros su alimento y, diciéndole que me siguiera, lo conduje hasta "La Croce di Malta", en la calle cortada del Mercado del Plata, donde a todas horas de la noche se encontraba un pan, una botella de vino y un plato de busecca.

Pero el roce con muchachos listos le había suministrado un mediano caudal de frases hechas y de ideas de repertorio, por lo cual no era de los más callados en los cafés. Disputaba sobre política, y aun metió su cuarto a espadas en ella, escribiendo en algún periodiquejo.

¡Qué quiere que haga, señor vigilante! Disputaba a aquel atorrante y alzando el brazo me mostró un perro de esos callejeros, flaco y sucio, que parado sobre tres de sus cuatro patas por tener una enferma, nos miraba desde el atrio ¡esos restos de pescado y de puchero que he envuelto en ese diario! ¿Para qué?

Quien más gozaba con aquella propaganda de infamia, después de Glocester que la creía obra suya exclusivamente, era don Álvaro Mesía. Ya aborrecía de muerte al Magistral. «Era el primer hombre ¡y con faldas! que le ponía el pie delante: ¡el primer rival que le disputaba una presa, y con trazas de llevársela!». «Tal vez se la había llevado ya. Tal vez la fina y corrosiva labor del confesonario había podido más que su sistema prudente, que aquel sitio de meses y meses, al fin del cual el arte decía que estaba la rendición de la más robusta fortaleza. Yo pongo el cerco, pero ¿quién sabe si él ha entrado por la mina?». El dandy vetustense sudaba de congoja recordando lo mucho que había padecido bajo el poder de don Víctor Quintanar, que según su cuenta, en pocos meses de íntima amistad le había declamado todo el teatro de Calderón, Lope, Tirso, Rojas, Moreto y Alarcón. Y todo, ¿para qué? «Para que el diablo haga a esa señora caer en cama, tomarle miedo a la muerte, y de amable, sensible y condescendiente (que era el primer paso), convertirse en arisca, timorata, mística... pero mística de verdad. ¿Y quién se la había puesto así? El Magistral, ¿qué duda cabía? Cuando él comenzaba a preparar la escena de la declaración, a la que había de seguir de cerca la del ataque personal, cuando la próxima primavera prometía eficaz ayuda... se encuentra con que la señora tiene fiebre». «La señora no recibe», y estuvo sin verla quince días. Se le permitía llegar al gabinete, preguntarle cómo estaba... pero no entrar en la alcoba.

He de confesarle, Antoñita, que sentí un impulso de cólera al ver que aquel hombre, que mientras vivió su hija no se separaba de ella, me la disputaba ahora hasta en el sepulcro. »Me apoyó en un ciprés y resolví aguardar a que él se hubiese marchado.

Llegaba a las nueve de la noche indefectiblemente, tomaba Le Figaro, después The Times, que colocaba encima, se ponía las gafas de oro y arrullado por cierto silbido tenue de los mecheros del gas, se quedaba dulcemente dormido sobre el primer periódico del mundo. Era un derecho que nadie le disputaba. Poco después de morir este señor, de apoplejía, sobre The Times, se averiguó que no sabía inglés.

Leonor conocía que aquel hombre, siempre franco y leal, al volver a ella le restituía un corazón y un amor sincero que ya nadie le disputaba. ¡Leonor mía! ¿Querrás y podrás perdonarme? dijo, dejándose caer de rodillas ante su mujer. Esta selló con sus lindas manos los labios de su marido. ¿Vas a echar a perder lo presente con el recuerdo de lo pasado? le dijo.

Vamos, es una pagana que quiere convertirse. El Magistral calló. Con su madre no disputaba. Ayer tarde no fuiste a ver al señor de Ronzal. Se me pasó la hora de la cita....