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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Materne enrojeció, y dirigiendo al contrabandista una mirada torva, dijo ásperamente: Puede ser; pero sin los cañonazos del comienzo no hubiéramos tenido necesidad de los del fin; el pobre Rochart y otros cincuenta hombres tendrían sus brazos y piernas, lo cual nada dañaría nuestra victoria.

¡Tienes mucha razón, amigo mío! exclamó Reynoso riendo . En este caso soy un traidor... Pero ellas me perdonan porque las dejo lo bastante para alimentarse y las estimulo a trabajar. De otro modo se aburrirían... No se apure usted, don Germán. Los traidores saltan en todas partes replicó Tristán dirigiendo una mirada penetrante a Cirilo y Visita.

Todo el elemento joven de que hablaba El Lábaro en sus crónicas del pequeñísimo gran mundo de Vetusta, estaba allí, en el crucero de la catedral, oyendo como entre sueños el órgano, dirigiendo la colación de Noche-buena, viendo lucecillas, sintiendo entre temblores de la pereza pinchazos de la carne.

Los náufragos rompieron nutrido fuego, dirigiendo sus tiros a los matorrales en que estaban ocultos sus enemigos; pero los piratas, decididos por lo visto a acabar de una vez con ellos, seguían lanzando flechas encendidas que iban a dar unas en la casa y otras en el corredor que la circundaba.

D. Martín estaba malhumorado y disputaba a cada jugada. D.ª Eloisa hablaba tranquilamente del caso. Ninguno, por estupendo que fuese, conseguía alterar el sistema nervioso de la buena señora. Su interlocutora D.ª Serafina seguía dirigiendo frecuentes miraditas y sonrisas a su capellán; pero éste se había puesto repentinamente serio, cejijunto.

Todas las niñas que en Sarrió hay la bienvenida le van a dar. Y desde entonces, como si aquélla fuese la señal, no cesaron de requebrar en sus cánticos al magnate. El cual, dirigiendo el monocle unas veces a la derecha, otras a la izquierda, y sacudiendo la cabeza con benévola sonrisa, repetía por lo bajo: ¡Precioso, precioso! ¡Un tapiz de Teniers! ¡Un paisaje de Lorrain!

Esta respiró, dirigiendo a Amaury una mirada de agradecimiento. No hablemos más de él dijo el doctor. Cítanos otro. Gastón de Sommervieux... Tampoco me desagrada, es tan noble y rico como franco, y tengo entendido que es un joven modesto, serio y de buenas costumbres. Ciertamente, pero ya que le enumeraron a usted todas sus cualidades podían haber añadido un defecto capital.

Tom Sickles, sin cuidarse del hombre tendido en tierra, miraba correr el coche, apretando los puños y dirigiendo en inglés tremendas imprecaciones, no a los caballos, sino a su ilustre señora y dueña.

La pobre niña, tan reservada y silenciosa por temperamento, empezó a charlar por los codos, dirigiendo pullas muy saladas a todos los presentes, que las acogían con regocijo y aplauso. Cuando una señora le dijo que estaba borracha, se puso muy seria y afirmó que sólo estaba un poco alegre, lo cual nada tenía de particular teniendo en cuenta sus pocos años. Esta salida hizo reír a los convidados.

¿Dónde está el novio? preguntó después monseñor con su voz clara y pastosa de orador. Eso es, ¿dónde está el novio? preguntaron algunos dirigiendo miradas en torno. ¿Dónde está Gonzalo? ¿donde está Gonzalo? repitieron otros. Al fin se le halló en un gabinete solitario sentado, con la cabeza entre las manos.

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