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Actualizado: 23 de julio de 2025
Pasé después por algunas calles, me detuve para comprar flores a una linda muchacha, a quien pagué con una moneda de oro; y habiendo atraído suficientemente la atención pública, hasta el punto de notar que me seguían más de quinientas personas, tomé el camino del palacio que habitaba la princesa Flavia, a quien envié a preguntar si se dignaba recibirme.
Á orillas del Garona veremos después el villorrio de Bazán, donde me detuve tres días á mi regreso de la última campaña; y la culpa fué de las hijas del talabartero del lugar, tres pimpollos á cual más rozagante y á las cuales dí palabra de casamiento. ¿Á las tres? El diablo enredó las cosas de manera que no hubo medio de dejar una ó dos buscando novio.
Creemos que un círculo de cuerdas nos cierra el camino, y luego es una mísera tela de araña. Un día que la niebla tenía poco espesor, me detuve lleno de admiración ante un árbol gigantesco, que se retorcía los brazos como un atleta en lo mas alto de un promontorio.
¿Por qué este cambio, General? pregunté. Estrakenz se mordió el cano bigote. Es más prudente, señor murmuró. Inmediatamente detuve mi caballo. Sigan andando los que me preceden mandé, hasta llegar a cincuenta varas de mí; y usted, General, y el coronel Sarto, esperarán aquí con el resto de la escolta hasta que yo también me haya adelantado otras cincuenta varas.
Cuando pasaba por el puente de los Santos Padres me detuve un instante casi sin querer, púseme de codos sobre el parapeto, y contemplé las turbias aguas del río precipitándose bajo los arcos.
Dia 12. Al amanecer de este, marché hasta la orilla del Rio Grande, que dista dos leguas, donde me detuve hasta las cuatro y media de la tarde, por no ser sentido del enemigo: en que seguí la marcha por su orilla hasta la oracion, encontré su vado y lo pasé; no siendo posible por otra parte, por lo caudaloso de él; pues á la verdad le llaman con razon el Rio Grande de aquellos parages.
Muchas veces había hallado abierta de par en par la puerta sin que me viniese el deseo de entrar. Aquella tarde me detuve en seco, y después de muchas vacilaciones concordantes con escrúpulos tan nuevos como todos los otros sentimientos que me embargaban, cedí a una verdadera tentación y entré. La habitación estaba casi a oscuras.
Manos habilísimas tocaban en él una redoma muy aplaudida, «La caída de las hojas», música soñadora y lánguida que delataba un ejecutante melancólico. Me detuve cerca de una reja. Entonces pude columbrar el interior: gracioso jardín, amplios y frescos corredores, pretiles llenos de macetas con rosales, camelias y azaleas, jaulas y jaulitas, una pajarera llena de canarios que cantaban regocijados.
En la tapa, en una banda de papel pegada, ponía: «Muy reservado. Para abrirla a solas». Estaba soltando la llave para meterla en la cerradura, cuando mi madre me dijo: No la abras; no sé por qué me parece que viene algo malo para ti dentro. Me detuve. La verdad es que esta caja con su advertencia era sospechosa. Pesaba lo menos tres o cuatro kilos.
Luego, sin mirarle, emprendí una carrera desesperada, loca, al través de las calles. Llegué á las afueras de la ciudad y allí me detuve jadeante y sudoroso. Aquel guardia me conocía. Lo más probable es que viniera á preguntarme algo referente á mi yerno. Mi conducta extravagante le había llenado de asombro. Mi sudor se tornó frío de repente.
Palabra del Dia
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