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Sentí más honda mi miseria ante su cuerpo, todo amor, sacudido por los sollozos de su dicha muerta. Sin darme cuenta casi, me detuve. ¡Inés! llamé. Mi voz no era ya la de antes. Y ella debió notarlo bien, porque su alma sintió, en aumento de sollozos, el desesperado llamado que le hacía mi amor, esta vez , inmenso amor! No, no... me respondió. ¡Es demasiado tarde! Padilla se detuvo.

Este sitio solitario, bastante alejado del castillo, era el lugar que había escogido yo para mis meditaciones. Me detuve junto al puente cargado de escarcha, a pensar en el porvenir y a admirar los enormes copos de nieve, pendientes de la cascada al ser sorprendidos en su líquido curso por el hielo.

Cuando entré en ella y alcancé a ver la casa de Gloria, me hallaba en la misma feliz disposición con que acudí siempre a la cita. Pero en el mismo instante, al echar una mirada a la reja, veo arrimado a ella, o próximo a ella al menos, el bulto de un hombre. Me detuve estupefacto. Lo primero que imaginé fue que era el sereno.

Al ver cómo le gustaba la gente cruda, estuve tentando a darle cuenta de mi hazaña; pero me detuve, considerando que podía traslucir el miedo que ahora sentía. Porque demasiado a menudo volvía la cabeza, explorando de un lado y de otro de la calle. Siempre veía aparecer al terrible Juan Ruiz ¡con la horrenda lengua de vaca! También me distraía, a lo mejor, no diciendo cosa con cosa.

Hizo una pausa antes de reanudar su relato donde lo había abandonado. Digo que nos encontramos al anochecer en la taberna. Luego, como á las nueve, salimos, y sin saber por qué, me detuve en la puerta de un cinema, sintiendo deseos de entrar. Me atrajo un cartel con una alsaciana muy hermosa defendiéndose de un alemán feroz. Yo adoro esta clase de historias. Soy muy patriota.

Penetré algunos pasos en el interior de aquel alegre aposento y me detuve ante un espectáculo que no descubrí a primera vista. Dando la espalda a la puerta por donde yo acababa de entrar, vi a un hombre recostado en un canapé. Levantose, sin darse cuenta de mi presencia, y se dirigió bruscamente a una de las ventanas.

¡Y qué hombre más encantador señor cura! ¡Su porte era majestuoso, su fisonomía noble y hermosa; tenía una barba tan bonita, recortada en punta y unos ojos tan lindos! Me detuve un instante para tomar aliento, y el cura, espantado, enderesándose tieso como esos diablillos de resorte encerrados en cajas de cartón, exclamó: ¿De dónde ha sacado usted todas esas tonterías, señorita?

Me detuve un instante, y seguí con mirada curiosa a la encantadora señorita, deslumbrado a veces por el reflejo del sol poniente que centelleaba en las brillantes ruedas del carruaje. Acudí con toda puntualidad a la cita del abogado. Aguardé en la esquina próxima la hora señalada, y al sonar ésta en el reloj de la Parroquia me presenté en el despacho.

Varias veces en la Bolsa hacerse muy fuertes transacciones, sin la intervencion de agentes de cambio y sin buscar testigos esprofeso. Un dia que recorria yo, como observador, el vasto salon de la Bolsa de Barcelona, en el palacio de las Artes, me detuve delante de dos fuertes especuladores que hablaban así: ¿Tiene U. renta del tres? Tengo unos treinta mil duros. ¿A cómo?

Hoy, antes de entrar en su cuarto, me detuve un momento en el umbral, según suelo hacerlo, para reunir mis energías, y que le decía a su padre con voz infantil, llena de ternura: » ¡Estoy muy mala!... ¿Pero usted, papá, me salvará? Porque si yo muriera añadió en voz baja, moriría él también. » , Magdalena mía, : si mueres, también yo moriré. »Entonces entré y me senté a su cabecera.