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Y don Pablo contó el empleo de su día: De aquí, sin querer ver a ese desventurado niño, porque no podría verle, Casilda, no podría verle... ¡me ha destrozado el corazón! me fuí en busca del habilitado y del subsecretario y les dije no qué: hasta creo que he llorado... Mi intención era pedir un adelanto que, unido a lo que has recaudado con las alhajitas, pudiéramos ofrecerle a ese caimán de prestamista, que ya se contentaría con una parte ahora... y si no se contentaba, menudo escándalo le armaba yo, por andar en semejantes tratos con menores de edad; pues nada, hija; me hicieron tanto caso, como a un perro: que no podía ser, que la acefalía del Ministerio... ¡Mira por donde vine a lamentar no estuviera Eneene en su poltrona!

Manifiesta la fábrica de este patio una construccion variada ó de diferentes épocas, si bien todas de alguna antigüedad: la fachada sobre el arco que da paso al patio del centro ó de Santa Isabel, aparenta ser mas moderna, y se advierten algunas rectificaciones, particularmente en los huecos de los balcones del real aposento, rectificaciones con las que se han destrozado los elegantes adornos que existian anteriormente, y de los que solo se conservan algunos fragmentos de armas y escudos.

Disipado el humo, tornaron a ver a don César cargando tranquilamente su arma. Al dispararla, gritó otra vez con más fuerza: ¡Viva Carlos Séptimo! ¡Mal rayo te parta, viejo zorro, me has destrozado un brazo! exclamó el sargento Alcaraz llevando la mano a la herida. ¡Segunda fila, apunten, fuego! dijo el teniente. Tampoco se consiguió nada. Don César disparó de nuevo, gritando: ¡Viva la religión!

Quince días permaneció oculto don Diego Villegas, en una celda, y era ya opinión de muchos que tal vez se habría fugado, cuando el día 6 de Mayo, en las primeras horas de la noche, oyeron los frailes un gran ruido, y acudiendo á un patio, vieron en él destrozado el cuerpo del matador de Alcázar. Don Diego Villegas se había arrojado desde la ventana de su celda.

Les pidió perdón por el mal involuntario que les había causado, les habló de su próximo fin, y, enlazándoles con sus brazos, acabó así: «Sed felices ahora que mi miserable vida no puede ser un obstáculo; sed felices ahora que voy a devolver a la tierra este corazón destrozado por la desesperación; sed felices y no tengáis remordimiento por los días que quizás aún la suerte me habría reservado, porque yo no podía esperar nada más agradable que esto que me es permitido legaros: un porvenir sin alarmas que podrá resarciros de las penas que os haya causado.

Currita sintió una especie de escalofrío de miedo y miró instintivamente al sitio en que solía oír todos los días misa la anciana marquesa. Allí estaba su sillón de terciopelo, hundido todo y destrozado, y delante el reclinatorio, conservando aún sus almohadones apolillados las huellas de sus rodillas y sus brazos.

Desgraciadamente no fué solo el toro el que pagó las consecuencias de la violenta acometida; la cigüeña también se había destrozado, y todos sus pasajeros hubieron de descender de ella internándose en la manigua, pues debían buscar una posición que estuviera en condiciones de poderse defender, caso de que alguna partida tratara de atacarles.

Puedo hacer lo que guste y no tengo que dar cuenta de mis acciones... Además, cuando se tiene el corazón destrozado, hay que aturdirse, olvidar, y yo tengo derecho a todo... a todo, ¿lo entiende usted? para olvidar que he sido muy desgraciado. Le encantaban sus palabras, pero no pudo seguir. ¡Qué calor!

Por desgracia, el aparato llegó destrozado, aunque hubiese sido embalado por el mismo duque y conducido con los mayores cuidados por el nuevo doméstico. Era necesario pedir otro, y esto requería tiempo. Al cabo de un mes de aquel tratamiento anodino, Germana experimentaba ya una mejoría sensible.

A Francisco se le ocurrió que él había sido siempre un gran tirador; se consagró a la caza y perseguía corzos, jabalíes, y hasta con el oso, las pocas veces que se le presentaba, se atrevía. Una tarde de invierno vio Paula llegar a la aldea cuatro hombres que conducían a hombros el cuerpo destrozado de su marido en unas angarillas improvisadas con ramas de roble.