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Actualizado: 25 de julio de 2025
Hacia la izquierda de la enorme adelfa que extendía como múltiples brazos sus ramas cargadas de flores, estaban las sillas y la mesita de hierro, junto a las que la espió tantas veces, bordando ella, devorándola él con las pupilas dilatadas, mientras el airecillo juguetón levantaba la flotante bata de la niña hasta descubrir su primoroso pié, o desprendía del talle el pañuelo de finísimo estambre.
Chichí protestaba de la avaricia de papá al verle comprar lentamente, con tanteos y vacilaciones. Avaro, no respondía él . Es que conozco el precio de las cosas. Los objetos sólo le gustaban, cuando los había adquirido por la tercera parte de su valor. El engaño del que se desprendía de ellos representaba un testimonio de superioridad para el que los compraba.
Un hombre obeso, vestido de larga túnica azul, se alejaba. Había viejos divanes contra los muros, alcatifas y sofras sobre el piso de mármol, dos arcos policromos y dorados hacia el fondo; y aquí y allá algunas tablecillas incrustadas de marfil y de nácar. Sobre una de ellas, un sahumador de cobre desprendía tres hilos acelerados y rectos de perfume.
Del río, que regolfando en las riberas serpenteaba entre prados y huertas, se desprendía un vapor gris, deshecho al menor soplo del aire, y la corriente mansa y negruzca pasaba silenciosamente por las presas de los molinos abandonados, como mofándose de las ruedas paradas.
Allí unos huevos duros, o blanquillos, que venían recostados, cada uno en su taza de güiro, sobre unas yerbas de grata fragancia, que olían como flores. Allí, en la cáscara misma del coco recién partido en dos, la leche de la fruta, con una cucharilla de coco labrado que la desprendía de sus tazas naturales.
Todas hablaban á un tiempo; unas se insultaban, otras iban despellejando á los ausentes haciendo público todos los escándalos de la huerta. La juventud, libre de la severidad paternal, se desprendía del gesto hipócrita fabricado para la casa, y se mostraba con toda la acometividad de una rudeza falta de expansión.
De trecho en trecho la capa de yeso había caído y dejaba aparecer las piedras negruzcas de las paredes. Se habría creído que el tiempo, como una larga enfermedad, había cubierto de llagas ese cuerpo respetable. La puerta de entrada estaba abierta. Penetré en un gran vestíbulo obscuro, del que se desprendía un olor de cal y de moho.
Sus manos se buscaron y se apretaron tiernamente: sus cabezas se inclinaron para cambiar un beso casto. Historia de aquellos amores. Casto, sí. Quizá el primero en sus ya largos amores. Todo lo que de tierno y poético se desprendía de ellos, como un perfume, vino de pronto a embriagarlos, a hacerlos dichosos.
En torno de las dos mujeres se oían los gritos de los vendedores ambulantes; los hombres decían desvergüenzas que las chulas recogían con sonrisas, y de aquella aglomeración de cuerpos poco limpios se desprendía un olor nauseabundo. A Paz le daban impulsos de marcharse sin averiguar nada; pero, atormentada por los celos, no apartaba la vista de la casa de Engracia.
Callaron unos instantes: él tornó a cogerla la mano, por cima de la mesa, sintiendo un placer tranquilo y grato, como si el calor que se desprendía de su piel le llegase al alma sin pasar por el cuerpo, y luego se levantó, yendo a ponerse de pie a un lado del balcón, más cerca de ella. No, no; anda a tu sitio. Déjame a tu lado un minuto.
Palabra del Dia
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