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Actualizado: 31 de mayo de 2025
¡Mil gracias... oh... mil gracias!, había dicho la artista, despidiendo, entre miradas y sonrisas, chispas de gloria para el corazón de Reyes, que estuvo viendo candelillas un cuarto de hora.
Pero la noticia que tuvieron del saqueo y caudal que todavia existia, fué incentivo para que no obedeciesen la órden de retirarse, y se multiplicaron tanto, que se hace increible el excesivo número que andaba por las calles, divididos en tropas, tocando sus cornetas, y despidiendo piedras con las hondas: de suerte que toda la gente de cristiandad y distincion estaba refugiada en los templos, implorando la clemencia del Altísimo, y esperando la muerte por instantes.
Turbado por los celos, mi corazón, que hasta entonces había como florecido, despidiendo un sentimiento apacible y contemplativo cual el de la religión, ardía ahora con apasionado centelleo, y lo que había amado, por extraordinaria contradicción más digno de ser amado le parecía.
Muchas fábricas, mucho carbón, muchas chimeneas despidiendo columnas de humo negro y espeso. Nolo miraba con ojos torvos todo aquello y tenía vivos deseos de dejarlo atrás. Ya lo dejó, ya camina por la carretera llamada Descolgada á causa de sus agrias pendientes, ya pasa por delante de Villa. Hermosas praderas, hermosas pomaradas, hermosas niñas con su cesta sobre la cabeza por la carretera.
Las horas, que se arrastran pesadamente de la mañana a la noche, despidiendo como una baba pegajosa, empapan mi alma en desesperación. Esto ya no es vivir. Hágome cuenta de que ya se acabó todo, y voy a escribir. Isidora viene. Esta desgraciada es el único ser que ha tenido la abnegación de unirse a mí y ampararme cuando me ha visto abandonado por todos. ¡Oh corazón generoso!
Era cosa de ver aquella mujerona descalza, desgarrada, melenuda, despidiendo de sus ojos fiereza, con un lío bajo el brazo y las botas colgando de una mano. Las pocas personas que por allí pasaban, miráronla con asombro. Al llegar junto a los almacenes de la Villa, pasó junto a varios chicos, barrenderos, que estaban sentados en sus carretillas con las escobas en la mano.
Uno de ellos europeo, y tal vez el mas beneficiado de sus paisanos, compañero diario de sus mesas, cerró las puertas para que ninguno pudiese acogerse á su clausura, despidiendo inhumanamente y con la mayor violencia, á D. Francisco Duran y D. José Arijon, de respetable ancianidad que lo intentaron.
El viejo héroe me apretó un momento contra su pecho y me condujo luego, según los usos chinos, al baño de la hospitalidad, una vasta pila de porcelana, donde entre rodajas finas de limón sobrenadaban esponjas blancas despidiendo un fuerte olor a lilas.
Era una pieza estrecha y larga, que aún parecía más grande por lo denso de la atmósfera y la escasez de luz. En el fondo estaba el hogar, en el que ardía una lumbre de boñiga seca, despidiendo un olor infecto. Un candil marcaba su llama como una lágrima roja y titilante en este ambiente nebuloso. El resto de la pieza, completamente a oscuras, tenía en sus tinieblas palpitaciones de vida.
La casulla y las capas pluviales brillaron al sol despidiendo vivos reflejos. La muchedumbre se acomodó para asistir al oficio divino con grave y prolongado rumor, que fue poco a poco apagándose. Soltaron la voz los clérigos y aficionados de la tribuna. Detrás de los clérigos que celebraban, a guisa de ayudante, vestido también con sobrepelliz, manejando un enorme incensario, vio Andrés a Celesto.
Palabra del Dia
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