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Y por otra parte, ¿qué había de hacer él cuando ella había enmudecido, trémula y palpitante, y no respondía a sus palabras? Si el indio no hubiera hecho lo que hizo, o hubiera sido un ente sobrehumano de los que no se estilan, o un mozalvete ruin, desmedrado y muy para poco. Así pensó Poldy. Yo no digo si pensó bien o si pensó mal.

Acudió el propio Frasquito con el socorro del agua, y D. Romualdo, en cuanto la señora bebió y se repuso de su emoción, dijo al desmedrado caballero: «Si no me equivoco, tengo el honor de hablar con D. Francisco Ponte Delgado... natural de Algeciras... Por muchos años. ¿Es usted primo en tercer grado de Rafael Antrines, de cuyo fallecimiento tendrá noticia?

Aquí está para servirla dijo una mujer escuálida, saliendo por estrecha puertecilla, bien disimulada entre los estantes llenos de botellas y garrafas que había detrás del mostrador. Como grieta que da paso al escondrijo de una anguila, así era la puerta, y la mujer el ejemplar más flaco, desmedrado y escurridizo que pudiera encontrarse en la fauna a que tales hembras pertenecen.

Cada vez estás más guapo. Si no fuese por darle un disgusto a María de la Luz, cualquier día engañábamos a éste. Pero éste, o sea Luis, reía de la desvergüenza de su prima, sin que le molestase la muda comparación a que parecían entregados los ojos de Lola, entre su cuerpo desmedrado de vividor alegre y la fuerte armazón del aperador del cortijo. El señorito pasó revista a su gente.

Mis consortes tienen la culpa; en cuanto pueda, les saco el redaño. Y se erguía con la arrogancia fanfarrona de un gallo joven, estremeciéndose todo su cuerpo linfático y desmedrado, con esa ruindad física de los homicidas por instinto. Maltrana comprendió que sus palabras no causarían efecto alguno en el muchacho. Había hecho mucho camino cuesta abajo durante el tiempo que no le veía.

»De aquella manera estuve no qué tiempo, tendido en el suelo, al cabo del cual me levanté sin hambre, y hallé junto a a unos cabreros, que, sin duda, debieron ser los que mi necesidad remediaron, porque ellos me dijeron de la manera que me habían hallado, y cómo estaba diciendo tantos disparates y desatinos, que daba indicios claros de haber perdido el juicio; y yo he sentido en , después acá, que no todas veces le tengo cabal, sino tan desmedrado y flaco que hago mil locuras, rasgándome los vestidos, dando voces por estas soledades, maldiciendo mi ventura y repitiendo en vano el nombre amado de mi enemiga, sin tener otro discurso ni intento entonces que procurar acabar la vida voceando; y cuando en vuelvo, me hallo tan cansado y molido, que apenas puedo moverme. Mi más común habitación es en el hueco de un alcornoque, capaz de cubrir este miserable cuerpo. Los vaqueros y cabreros que andan por estas montañas, movidos de caridad, me sustentan, poniéndome el manjar por los caminos y por las peñas por donde entienden que acaso podré pasar y hallarlo; y así, aunque entonces me falte el juicio, la necesidad natural me da a conocer el mantenimiento, y despierta en el deseo de apetecerlo y la voluntad de tomarlo. Otras veces me dicen ellos, cuando me encuentran con juicio, que yo salgo a los caminos y que se lo quito por fuerza, aunque me lo den de grado, a los pastores que vienen con ello del lugar a las majadas. »Desta manera paso mi miserable y estrema vida, hasta que el cielo sea servido de conducirle a su último fin, o de ponerle en mi memoria, para que no me acuerde de la hermosura y de la traición de Luscinda y del agravio de don Fernando; que si esto él hace sin quitarme la vida, yo volveré a mejor discurso mis pensamientos; donde no, no hay sino rogarle que absolutamente tenga misericordia de mi alma, que yo no siento en valor ni fuerzas para sacar el cuerpo desta estrecheza en que por mi gusto he querido ponerle».

Y si pones en duda mi palabra, que es palabra más que de rey, ¡ya quisiera Su Majestad...!, te reto en singular combate. Y se pone en pie, empuñando la botella por el cuello. Por la frente dramática de Apolonio cruza un negro pensamiento. Ahí está Belarmino, desmedrado e inerme, a su merced. Un botellazo en la cabeza, y asunto concluído. Que luego le procesarían, ¿y qué?

Tiene acaso un balcón florido que da la amable sensación de una mano blanca de mujer, y también algún arbolillo desmedrado y triste o una antigua fontana que vierte, hilo a hilo, la dulzura de su monotonía.

Levantó su bastón y comenzó á dar golpes delante de él, sin mirar á quién alcanzaba, sin acordarse de que podía ser un amigo, con el ansia de hacer daño, con la embriaguez de la sangre. De pronto se sintió detenido en su avance por una espalda que caía contra su pecho. Era un jovenzuelo, desmedrado y débil, con el raquitismo que da el trabajo cuando es superior á las fuerzas de la edad.

En cualquiera otra ciudad podría yo excusarme: en Byzancio no, que es mi patria. ¿Cómo privar a mis paisanos del auxilio y consuelo de la sabiduría? MARINO. Difícil es; pero debieras reposar y cuidarte. Estás que parece el espíritu de la golosina, de puro desmedrado. Te vas a matar con tantos afanes. PROCLO. Lléveme el cuerpo donde quiero ir, y luego que muera.