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Actualizado: 24 de mayo de 2025
De pronto, la puerta se sacudió con estrépito, y oyose en el corredor una voz desesperada que comenzó a gritar: ¡A mí! ¡A mí! ¡Socorro! ¡Soy muerto! El canónigo saltó del asiento, descorrió el cerrojo y abrió. Era un lacayo. El infeliz, con el semblante blanco como el yeso, sin soltar de sus manos una silla de montar, cubierta de terciopelo azul, fue a arrojarse a los pies de su señor.
Eso es imposible. Yo no creo que entrar monja sea morir, sino seguir la mejor vida. Ya he dicho que no discuto, ni trato de teologías con V. Concedo, pues, que la vida del claustro es la mejor vida; pero es cuando hay vocación para seguirla; cuando no se va al claustro desesperada, casi loca, llena de desatinados terrores. Vuelvo á repetir á V. que me deje, Sr. D. Fadrique. ¿Para qué hablar?
Transcurrió más de una hora sin que el silencio de la alcoba se interrumpiera con otro ruido que el estertor angustioso y continuo del enfermo. Doña Manuela levantábase para pasar una mano por la frente sudorosa del enfermo, cada vez más fría, y volvía a ocupar su asiento, mirando a lo alto con una expresión desesperada.
Y yo iba pensando en el cándido apostolado de Elena y en su paciente dulzura, que había triunfado al fin de la rudeza de aquella miserable criatura y de su desesperada impenitencia. Una palabra de misericordia y de ruego había encontrado el camino de su corazón, enternecido su último suspiro y desarmado un poco su áspero y furioso rencor.
La enfermera no manifestó asombro ante tal confidencia. Continuó sonriendo, y dijo lacónicamente: Lo sé. Su sonrisa se fué transformando en un gesto de dulce piedad, de conmiseración protectora, como si el príncipe fuese un niño necesitado de sus consejos. Había adivinado su desgracia mucho antes de que la duquesa le hablase en sus horas de desesperada confesión.
La esposa de Cuadros, que respondía a sus amigas con sonrisas de conejo y parecía muy preocupada por pensamientos tristes y misteriosos, abalanzóse a doña Manuela, saludándola con apretado abrazo y sonoros besos. Parecía una desesperada que encuentra al fin el medio de salvación. Tenemos que hablar, doña Manuela le dijo al oído . No, ahora no; después se lo contaré todo. ¡Ay, si usted supiera...!
Y cuando callaban un momento, volvía a sonar la voz de la vieja, desesperada, estridente, como la de un sacerdote del dolor. ¡Se va la paloma blanca; la gitana durse; el capullito de rosa antes de abrir!... ¡Señó Dios! ¿en qué piensas, que sólo ajogas a los buenos?...
Liette estaba desesperada, cuando una mañana se presentó Raúl en el correo con el sabio médico. Mi amigo el doctor Duplan, que viene a pasar unos días en el castillo, invitado por mí, tendrá mucho gusto en ponerse a la disposición de usted. Espero que nuestra querida obstinada no se negará a recibirle.
Trataron de acercárseles con sus hachas de piedra en la mano y dando saltos como monos; pero Van-Stael no les dejó tiempo para que llegaran hasta ellos. Una lluvia de balines cayó sobre aquel grupo de hombres. No hacía falta más para ponerles en fuga. Todos huyeron a la desesperada en dirección al bosque, dando alaridos. ¿Me equivocaba? preguntó el Capitán. No, tío dijo Cornelio.
De improviso se renovaron los gritos, que en el nocturno abandono parecían más lúgubres: durante aquella hora de angustia suprema, la mujer moribunda retrocedía al lenguaje inarticulado de la infancia, a la emisión prolongada, plañidera, terrible, de una sola vocal. Y cada vez era más frecuente, más desesperada, la queja.
Palabra del Dia
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