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Deseaba volver la salud al Padre; pero conocía que su situación era desesperada, que sólo un milagro podía salvarle, y él no creía en milagros. Humanamente, entre tanto, hizo cuanto pudo y supo. No quiso sangrar al enfermo porque le encontraba débil en demasía, pero le dio los medicamentos más enérgicos y conocidos para estos casos.

Habíase arrancado los horribles anteojos y arrojándolos a sus pies en un gesto de cólera, y sus hermosos ojos, claros y transparentes como el agua del mar, aparecían anegados en lágrimas y fijos en el joven con una desesperada angustia. ¡El callarse hubiera sido demasiado cruel!

Su renuncia al pasado, la convicción de que sólo era una madre desesperada, cortó su voz con un gemido, al mismo tiempo que sus ojos se llenaban de lágrimas. Con una mano tímida apartó Miguel el pañuelo que ella se había llevado al rostro para ocultar su llanto. Murmuraba frases incoherentes, con la intención de consolarla; pero á continuación, la cólera volvió á dominarle.

Allí yacía ella, desesperada, como quebrantada por el golpe que habría debido, por el contrario, retemplar su valor y darle nuevas fuerzas para la resistencia.

Y con todo, este espíritu es tan superior, tan inadecuado a la flaqueza del espíritu humano más valiente y atrevido, que Fausto, al sentirle, se aterra, está a punto de morir y reconoce que no puede entrar en relación con él. El Espíritu de la tierra es quien da a Fausto la desesperada conciencia de su debilidad y quien le provoca al suicidio.

No por eso dejaba de abrumarse con reproches por no haber podido cumplir el último deseo de la muerta, y se juraba a mismo guardar más fielmente que nunca el secreto sobre los motivos de esa resolución desesperada. ¡Si siquiera hubiera podido saberlo él mismo! Pero los días pasaban y todavía no había podido entrar en posesión del legado que le había hecho Olga.

¡, ! exclamó ; esta es la puerta de mi aposento, y no hay nadie en él, y luego este papel sellado; ¡Dios mío! El cocinero mayor se agarró con entrambas manos la cabeza, como pretendiendo que no se le escapara, y de repente dió á correr y se entró en la cocina. Oficiales, galopines y pícaros, hablaban en corros. De repente, una voz desesperada, horrible, llamó la atención de todos.

Aquellos nobles inválidos trabaron nueva y desesperada lucha, quizás con más coraje que la primera, porque las heridas no restañadas avivan la furia en el alma de los combatientes, y éstos parece que riñen con más ardor, porque tienen menos vida que perder.

Entre tanto los salvajes, aunque corrían a la desesperada, sin dejar de lanzar sus armas, no lograban alcanzar a los dos jóvenes, que corrían como ciervos. En pocos momentos llegaron a las rocas y las escalaron sin detenerse. Iban a volverse para disparar otra vez, cuando vieron al Capitán abandonar la caldera. ¿Estás herido, tío? le preguntó Cornelio, corriendo hacia él.

En tanto Zoraida y Julio, dejando a la abuelita, habían bajado también y conversaban con tranquilidad en el vestíbulo. De pronto oyeron los sollozos de Adriana; iban a levantarse, sorprendidos, cuando ella cruzó corriendo, con el pañuelo en los ojos y desapareció como una sombra por la escalera, sin oír a Zoraida que asomándose por encima de la barandilla la llamaba desesperada, a gritos.