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Actualizado: 11 de julio de 2025
Pero luego el mucho pensar, como sucede siempre, enturbió su alegría, porque de la reflexión nacieron la duda y el desasosiego. ¿Quiénes serían el caballero y la dama que tan misteriosamente se amaban? ¿No podía suceder también que don Quintín fuese rico y buscara medio de evitar mayores gastos, atribuyendo al capricho de otro lo que él fraguase para su seguridad y regalo?
Todos estos hechos, y además la presencia de Leonor, á la que ve salir del aposento del Rey, inquietan su ánimo, y apenas puede ocultar su desasosiego, á pesar de sus palabras orgullosas. Su confusión es completa, cuando ve entrar al Rey, y reconoce en él al caminante, ante quien mostró tanta arrogancia. Don Pedro finge no reparar en él siquiera, y lee tranquilamente ciertos papeles.
Pero aquella risita se apagó al cabo. Sintió un desasosiego extraño, cierto abatimiento que hizo flaquear sus piernas. Detúvose un instante: le acometieron deseos de volverse y espiar de nuevo a la pareja que dejaba allá en el Campo de los Desmayos. El temor de ser notada la contuvo.
Al ver arrodillados a sus pies a todos los próceres y damas de la villa, que tanto respeto le habían infundido siempre, experimentaba confusión y desasosiego. Sus labios estaban contraídos por una sonrisa que revelaba más inquietud que placer.
¿Sí?... dijo él moviéndose en el sillón con gran desasosiego . Pues doy, pues doy. Guillermina empezó a dar palmadas, gritando: «Hosanna... ya le tenemos cogido». Y con vivacidad, semejante a la de una jovenzuela, echó mano a la llave que estaba puesta en uno de los cajones de la mesa. Eh... ¿qué libertades son estas? gritó su sobrino sujetándole la mano.
A ella, con la turbación y desasosiego, se le cayó el tafetán con que traía cubierto el rostro, y descubrió una hermosura incomparable y un rostro milagroso, aunque descolorido y asombrado, porque con los ojos andaba rodeando todos los lugares donde alcanzaba con la vista, con tanto ahínco, que parecía persona fuera de juicio; cuyas señales, sin saber por qué las hacía, pusieron gran lástima en Dorotea y en cuantos la miraban.
Ni momento de sueño ni instante de reposo. ¡Qué desasosiego, qué cama... y qué espantosa soledad! ¿Era que se arrepentía, o simplemente que la echaba de menos? En vano intentó explicárselo. Cuanto sentía estaba en abierta contradicción con sus antecedentes, sus ideas y sus prácticas amorosas; al par le daban orgullo los recuerdos y vergüenza lo presente.
Isidora, no obstante, comió con mediano apetito, y Miquis no hallaba en ella síntomas claros de enfermedad. Don José suspiraba a cada instante; iba y venía sin cesar de una parte a otra de la casa con gran desasosiego. Por la tarde, cuando Miquis, después de su tercera visita, se retiraba, D. José cuchicheó con él en la escalera.
A veces Rosalía estaba desvelada e inquieta hasta muy tarde, envidiando el dulcísimo descanso de aquel bendito, que reposaba sobre su conciencia blanda como un ángel sobre las nubes de la Gloria. La ingeniosa dama no hallaba blanduras semejantes, sino algo duro y con picos que la tenía en desasosiego toda la noche.
A las once de la mañana, aunque el sol continuaba su curso y su Excelencia, el Capitan General, no aparecía al frente de sus cohortes victoriosas, sin embargo el desasosiego había aumentado: los frailes que solían frecuentar el bazar de Quiroga, no aparecían y este síntoma presagiaba terribles cataclismos.
Palabra del Dia
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