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Actualizado: 6 de julio de 2025


Ni bajo ni alto, ni gordo ni delgado, Desmaroy tiene unas señas personales que corresponden a no pocos ciudadanos franceses... Es de los que se dice: frente regular, nariz regular, etc... Sólo su mirada autoritaria y su barbilla testaruda ofrecen algo bastante característico. Desmaroy no es ciertamente un cualquiera y hasta estoy dispuesta a creer que posee cualidades eminentes.

En la primera iban, entre otras personas distinguidas, las dos señoritas de Delgado con su hermana la viuda, que iba autorizándolas con su presencia; las de Merino con su hermano Bonifacio, el más complaciente de todos los hermanos; tres o cuatro oficiales de la Fábrica, don Mariano, don Máximo, Martita y Ricardo.

El despecho crónico había dado á este rostro un mohín repulsivo y una siniestra contracción que se avenía muy bien con las formas de la figura y su atavío. Desaparecían los cabellos bajo un tocado de tristísimo aspecto, y el cuello, que fué comparado al del cisne por un poeta quejumbrón del tiempo de Comella, era ya delgado, sinuoso y escueto.

Un joven delgado, huesudo, pálido, de patillas negras que tocaban en la nariz, como las gastaba entonces el rey, y a su imitación muchos jóvenes aristócratas, entró sonriente y comenzó a saludar con desembarazo a todos, apretándoles la mano con leve sacudida y acercándola al pecho, del modo extravagante que se hace algunos años entre los pisaverdes madrileños.

En la falúa de Elorza se hablaba poco: don Mariano y don Máximo llevaban demasiado Medoc en el cuerpo para hallarse en estado de sostener una conversación animada. La señorita de Delgado, secundada por sus hermanas, admiraba con vivos transportes de entusiasmo, abriendo y cerrando mucho los ojos, la puesta del sol.

Tales preocupaciones no me permitieron encontrar largo el camino y me creía aún muy lejos de C * cuando nos hallábamos en sus puertas. Nos dirigimos directamente a la estación, atravesando la ciudad con toda la rapidez de que eran capaces las piernas secas, de nuestro jamelgo. Como mi tío, no era ni corpulento ni delgado, habíamelo figurado alto y enjuto de carnes.

D. Nicolas Herrera, que deseaba mas que todos llegase el caso de egecutar el saqueo, publicaba en todas partes el razonamiento de Pagador, y continuando sus diligencias, entró en casa de D. Casimiro Delgado, que á la sazon estaba jugando con D. Manuel Amezaga, cura de Challacollo, y con Fray Antonio Lazo, del Orden de San Agustin.

La falúa se inclinó blandamente sobre un costado al recibir el peso de su amo, como si le hiciese una reverencia cariñosa. Las niñas todas, incluyendo por supuesto a las señoritas de Delgado, fueron saltando después, apoyadas en la atlética mano de don Mariano; los caballeros las siguieron. Una vez llena la primera falúa, pasose a cargar la segunda, que a su vez no tardó también en llenarse.

Sentía Ponte Delgado vivas ganas de pedir explicaciones al tipo aquel por su mirar impertinente. La causa de este no podía ser otra que la novedad que Frasquito ofrecía al público con el despintado de su rostro, y el buen caballero se decía: «¿Pero qué le importa a nadie que yo me arregle o deje de arreglarme?

Allí, sobre la mesa, con la pluma al lado, había un sermón por terminar, con una frase incompleta tal como la dejó cuando salió á hacer su visita dos días antes. Sabía que él era el mismo, el ministro delgado de pálidas mejillas que había hecho y sufrido todas estas cosas, y tenía ya muy adelantado su sermón de la elección.

Palabra del Dia

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