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Hízolo así el espantajo prodigioso, y, puesto en pie, alzó el antifaz del rostro y hizo patente la más horrenda, la más larga, la más blanca y más poblada barba que hasta entonces humanos ojos habían visto, y luego desencajó y arrancó del ancho y dilatado pecho una voz grave y sonora, y, poniendo los ojos en el duque, dijo: -Altísimo y poderoso señor, a me llaman Trifaldín el de la Barba Blanca; soy escudero de la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la Dueña Dolorida, de parte de la cual traigo a vuestra grandeza una embajada, y es que la vuestra magnificencia sea servida de darla facultad y licencia para entrar a decirle su cuita, que es una de las más nuevas y más admirables que el más cuitado pensamiento del orbe pueda haber pensado.

Después se va dando a la madera frotando con el cepillo y luego con una bayeta a propósito. Aún cuando se pase la bayeta a diario, la pasta basta darla dos veces al mes. CREMA PARA EL CALZADO NEGRO. Se hace igual que la anterior, con la diferencia de las pastillas, que en lugar de ser de color han de ser negras.

Así, ya que no nos es posible en muchos casos definir la cosa, al ménos debiéramos fijar bien lo que entendemos cuando hablamos de ella; ó en otros términos, deberíamos definir la palabra con que pretendemos expresar la cosa. Yo no lo que es el sol; no conozco su naturaleza; y por tanto si me preguntan su definicion, no podré darla.

No habían conocido a su madre, y Fermín ocupó para la pequeña el vacío que dejó al morir aquella mujer, cuyo rostro, bondadoso y triste, apenas si recordaban. ¿Cuántas veces, a la edad en que otros muchachos se duermen en un regazo tibio, había hecho de madre para ella, meciéndola muerto de sueño, sufriendo sus llantos y sus manotones? ¿Cuántas veces, en la época de miseria, cuando el padre no tenía trabajo, había sofocado su hambre para darla el mendrugo que le regalaban otros chicos, compañeros de sus juegos?... Cuando ella sufrió las enfermedades de la infancia, su hermano, que apenas pasaba la cabeza del borde de la cama, la había velado, había dormido con ella sin miedo a la infección.

Los tiernos esposos recibieron la bendición nupcial en la hermosa iglesia de San Cayetano, que hace esquina a la calle del Oso, y el encargado de darla fue el Padre Carantoña, de la orden dominica, grande amigote del desposado.

¡No; no, señor! intenciones de más que eso he tenido... ¡pero quiero tanto á mi mujer!... á la pobre han debido darla algún bebedizo. ¿Ha podido sospechar vuestra mujer que conocéis su falta? No; no, señor. Pues bien, seguid obrando en vuestra casa como si nada supiérais. ; , señor. ¿Qué pretende el duque de Lerma de esa doña Ana?

Total, que se atreve un cristiano a darla un pellizco, y ella, con sus manos de oro, sin enfadarse apenas, te agarra y te deja hecho un guiñapo. Ahora la asedian menos, pero tiene enemigos que andan por ahí hablando mal de ella: unos alabándose de lo que es mentira; otros negando hasta que sea guapa. Doña Sol, según el apoderado, mostrábase entusiasmada de su vida en Sevilla.

Entonces haríais bien en bajar la criatura aquí dijo la excelente señora Kimble, vacilando, sin embargo, en poner en contracto las ropas manchadas de la niña con su bata de raso . Voy a decirle, a una de las sirvientas que venga a tomarla. No, no, no puedo separarme de ella; no puedo darla dijo Silas bruscamente . Vino espontáneamente hacia ; tengo el derecho de guardarla.

A la paciente debió de hacerle un gran bien, a juzgar por la expresión feliz con que me escuchaba, tanto que estuve ya por no recetar y darla por curada; pero en cuanto terminé comenzaron las preguntas: Diga usted, señor, ¿y esta bola fría cree usted que algún día la arrojaré? Esa bola no es más que una sensación: no tiene realidad; es un fenómeno nervioso.

Tal vez los indios de los Estados Unidos estén acorralados como en España solemos tener toros bravos en una dehesa ó jabalíes en un coto, mientras que los indios de las tierras que España y Portugal ocuparon, ya presiden las Repúblicas como jefes supremos, ya brillan como oradores en las asambleas legislativas, ya mandan ejércitos, ya recorren como diplomáticos las cortes de Europa, ya ganan fama y aplausos escribiendo en la lengua del pueblo que los conquistó elegantes é inspiradas poesías é interesantes libros en prosa, cuyo valer y mérito somos los primeros en reconocer nosotros los españoles, no escatimándoles la alabanza, sino complaciéndonos en darla, acaso y á veces más allá de lo justo.