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Actualizado: 7 de junio de 2025
Al fin de la calle me ocurrió regresar para ir a la casa del dómine. Angelina estaba en la ventana. Sin duda había salido a verme. Al pasar la saludé. Díjele algo que la hizo sonreír. ¿Qué había en el rostro de la doncella que me trajo a la memoria la angelical figura de Matilde, la dulce niña de mi primer amor? Villaverde es una ciudad de ocho mil habitantes.
Es también mi opinión, mi tío, díjele bajando los ojos con modestia. Ah ¡esa es tu opinión! Ya lo creo. Y la de mi cura y la de... Mas, aquí tenéis una carta que me ha dado el cura para vos, mi tío. ¿Y porqué no ha venido? No podía: algunas ceremonias religiosas le retenían en su parroquia. Lo siento; me hubiera alegrado mucho viéndole. ¿No tienes sombrero, sobrina? Sí, tío; está en mi bolsillo.
Quisiera leer en tu pensamiento, Reinita. ¿Amas a alguien? ¿A Pablo? Te juro, que no díjele, zafándome de su caricia, no quiero a nadie, y cuando quiera, lo sabrás en seguida. Si la muerte no fuese una cosa tan imponente, estoy segura de que en aquel momento me hubiera dejado matar antes que declarar mi amor por un hombre que amaba a otra y mucho más siendo ésta prima mía.
¡Cernícalo! díjele indignada al contemplar tal fenómeno de estupidez. Abrió los ojos, abrió la boca, abrió las manos, y hubiera abierto toda su persona, si hubiese podido, para expresar más su asombro. Volví al patio de el Zarzal, renegando del barro, de mis zuecos, de Juan y de mí misma. ¡Petrilla, ven! grité.
Así, pues, díjele que podía disponer libremente de su mano, le dí cuenta de los planes que iba a exponer a mis hijos, y le anuncié que vendría con nosotros, al oír lo cual movió la cabeza y me respondió que quedaba muy agradecida a mi buena intención, pero que no podía aceptar mi oferta. Protesté yo, y entonces ella repuso: » Oiga usted, tío.
Ya que estaba en el patio, llamóme el huésped, y díjome: «señor indiano, ¿quiere ir á ver una comedia de unos faranduleros, que han venido poco há, porque es muy buena?» Díjele que sí, y yo con mucha priesa salgo á buscar la ropa con que habíamos de hacer la farsa, porque el huésped no la viera, y aunque me dí mucha diligencia, ya no pude hallarla.
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste como quien espera tope de toro, y díjele: "¡Sus! Saltá todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua."
»Díjele que se pasara muy pronto por la mía, donde era más necesario que en ninguna otra, y nos separamos despidiéndonos «hasta luego». »¡Guzmán!..., la única criatura de cuantas hollaban la tierra, que me parecía más criminal que yo!, ¡el hombre que merecía, en buena ley, que llovieran sobre él solo todas las amarguras que habían entristecido mi hogar!
Yo no sé si todo esto era creíble al pie de la letra y fundamento sólido para su tesis; pero desde luego era simpático como chispazo escapado del martilleo sobre la principal, harto más seria y demostrable. Salieron a plaza también mis excursiones y entretenimientos desde que había llegado de Madrid. Díjele por dónde había andado y la cumbre más alta a que había subido en compañía de don Sabas.
Pedí licencia, busqué dos sábanas, pregoné la égloga, procuré una guitarra, convidé la huéspeda, y díjele á Solano que cobrara. Y al fin la casa llena, salgo á cantar el romance de afuera afuera, aparta aparta; acabada una copla, métome y quédase la gente suspensa; y empieza luego Solano una loa, y con ella enmendó la falta de la música.
Palabra del Dia
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