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Entretanto, mi lecho de campaña había sido también preparado; después de cenar me tendí en el vestido, como tenía por costumbre, y encendiendo un buen cigarro, placer inefable en la Cordillera como en todos los sitios salvajes donde las delicadezas de la civilización adquieren un mérito extraordinario, dejé vagar la mirada por los cielos y el alma por el inmenso mundo moral, más grande aún que esa bóveda que me cubría.

Obedecí maquinalmente, y al acercarme rocé con suavidad su rodilla, que se adivinaba a través de la veste y sentí su contacto tibio y carnal. Más cerca, abaníqueme usted... así... ¡oh, ahora se respira!... y suspiró con toda el alma, y, al suspirar, las curvas de su seno se desprendieron un instante del tul que las cubría y volvieron a dibujar su sobrio pero voluptuoso busto.

Miranda cubría las formas sociales exhortando a Pilar a «cuidarse» y «no hacer tonterías», todo ello dicho con el calor ficticio que muestran los egoístas cuando se trata de la salud ajena.

Una boina verdosa, con rastros de telarañas, cubría su cabeza sonrosada y blanca. El adorno de su persona revelaba suciedad salvaje y simpleza infantil. Las manos eran negras, con escamas en el dorso; las mejillas y los labios, acariciados por la navaja, mostraban una frescura de niño.

Plutón avanzó rápidamente y quiso echar mano á la zagala; pero ésta, arrojándose atrás con igual presteza, alzó la pequeña hoz y la descargó con toda la fuerza de su brazo sobre la cabeza del traidor. Cayó al suelo. Demetria le vió inmóvil y creyó ver también la sangre que le cubría el rostro.

Daba gritos de susto por su caída, y al quedar sentado en la mano del gigante tampoco se consideró seguro, agarrándose á uno de sus dedos. Al fin pareció serenarse, echando atrás el velo que cubría su rostro para poder hablar. Sólo por usted soy capaz de arrostrar tantos peligros. Pero todo lo doy por bien empleado á cambio del placer de verle. Esta vez el asombro de Gillespie fué risueño.

»No sabía qué pensar, qué decir, ni qué hacer, y poco a poco se le iba volviendo el juicio. Contemplábase y mirábase en un instante sin mujer, sin amigo y sin criados; desamparado, a su parecer, del cielo que le cubría, y sobre todo sin honra, porque en la falta de Camila vio su perdición.

La doncella estaba en el cuarto mortuorio, prestando al cuerpo de su patrona, antes de que se lo llevaran, los últimos servicios piadosos; después de haber lavado la sangre de la frente y la mejilla, le había arreglado los cabellos y cruzado las manos sobre el pecho, poniendo entre ellas un rosario. La pobrecilla no veía lo que hacía, tan espeso era el velo de lágrimas que le cubría los ojos.

Se entretuvo mangoneando en la habitación un rato y salió á esconderse detrás de la cortina, que cubría la entrada de la pieza inmediata. Que cierres la puerta, Gregoria gritó don Bernardino. Bueno, hombre. ¡Jesús! qué misterios gastamos.

Por debajo de la puerta se extendía una gran mancha roja que cubría parte del pasillo del sótano. Sarto se apoyó en la pared opuesta a la puerta. Traté de abrir ésta, pero estaba cerrada. ¿Dónde está José? preguntó Sarto. ¿Dónde está el Rey? fue mi respuesta. El veterano sacó un frasco y lo llevó a los labios.