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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
Y en aquel momento entróle deseo vehementísimo de ver toda la casa: era muy bonita y estaba todo muy bien puesto: el salón, los dos gabinetes, el despacho, la alcoba, el cuarto de baño, el tocador... Un cuadro le llamó la atención en esta última pieza: representaba un ramo de camelias, saliendo del centro el busto de una mujer rubia muellemente reclinada en aquel lecho de flores, con mucho arte dispuesto... ¡Oh!, no había duda, era la francesa anónima, la del nombre de píldora que tan cruelmente se le estaba atragantando a ella.
Además, doña Bernarda llevaba a Remedios a la suya con frecuencia, y rara era la tarde que al entrar en su casa Rafael no encontraba a aquella muchacha tímida, torpe y de una belleza insignificante, vestida con trajes que aprisionaban cruelmente su soltura de chicuela criada en los huertos, transformada rápidamente en señorita por la buena suerte del padre.
Los confesores le encargaban que rogase a Dios en sus oraciones por el triunfo de la Iglesia y la confusión y arrepentimiento de sus enemigos; las amigas y compañeras de cofradía la solicitaban para que hiciese con ellas novenas de desagravio a la Virgen; en no pocas ocasiones le pidieron limosna para algún sacerdote que yacía en la miseria, y otras veces para las infelices monjas de algún convento arrojadas de él cruelmente para transformarlo en cuartel.
Le miraba como un mueble más de su casa que todas las tardes venía a colocarse ante su paso; un autómata que se presentaba para pasar horas y horas contemplándola, pálido y emocionado, con el encogimiento de la inferioridad, contestando sus palabras muchas veces con simplezas que la hacían reír. Su ironía y aquella franqueza de que hacía gala, le herían cruelmente.
Sus compatriotas se cebaron cruelmente en su memoria, y el periodista Rufus Griswold, que había sido su amigo, hizo una repugnante campaña de difamación, caliente aún el cadáver de aquel desgraciado superior.
Salieron cerca de 5,000 personas de ambos sexos y de todas edades, las mas á pié y sin auxillio para seguir la marcha: espectáculo lastimoso que cruelmente heria en el corazon de Orellana, sin arbitrio para hacerlo menos penoso: á que se unian las dificultades de conducir los heridos, que no podian abandonarles, porque indefectiblemente hubieran sido víctima de los rebeldes.
Los desgraciados murciélagos, que nos parecen topos o ratones voladores, son aborrecidos y perseguidos cruelmente en todas partes sin motivo alguno, no más que por superstición estúpida. Se les cree espíritus de las tinieblas, se dice que de noche se beben el aceite de las lámparas, y se cuentan otras mil patrañas sobre ellos.
¿Yo? ¡Nada! iba á contestar el infeliz que ya no sabía de qué se trataba aturdido por tantas superficies y tantos accidentes que le martilleaban cruelmente el oido, pero un instinto de pudor le detuvo y, lleno de augustia y empezando á sudar, púsose á repetir entre dientes: Se da el nombre de espejo á toda superficie pulimentada... Ergo, per te, el espejo es la superficie, pescó el catedrático.
En tal caso, los primogénitos perecen; y sólo muy abajo, entre los obscuros segundones de alguna clase pariente, surge la nueva serie que ascenderá más arriba. El hombre fué, no su hijo, sino su hermano, un hermano cruelmente enemigo suyo. Helo aquí, el fuerte entre los fuertes, el ingenioso, el activo, el cruel rey del mundo.
A muchos quitaron cruelmente la vida, á otros castigaron atrozmente poniéndolos en estrechas prisiones. A todos despojaron de sus bienes, y á los que quedaron con vida, despues de muchas injurias, los deportaron al Africa.
Palabra del Dia
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