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El había creído que cada paso dado en la Corte sería un paso dado hacia su futuro engrandecimiento é inmortalidad. El club patriótico más célebre de España le había abierto sus puertas, ofreciéndole una tribuna, un pedestal: la fortuna parecía haberle allanado todos los caminos, y después... Pero no podía acusar á la fortuna.

Todavía era invierno; pero muchos, ilusionados por la marcha hacia el Sur, habían creído oportuno, al tocar en Tenerife, subir a cubierta con trajes de verano, gorras blancas o sombreros de paja.

Gentleman dijo , hoy no vengo como amigo ni como administrador de su vida material. El gobierno me envía para que ilustre su entendimiento, y he creído del caso vestir mis mejores ropas universitarias y traer lo necesario para una buena explicación.

Pasó con precipitación sobre los recuerdos de este período de su existencia. Un conocido de su padre, viejo negociante de Viena, había sido el primero. Luego sintió el aletazo romántico, al que no escapan las hembras más frías y positivas. Había creído enamorarse de un oficial holandés, un Apolo rubio que patinaba con ella en Saint-Moritz. Este había sido su único esposo.

Don Víctor llegó a reconocer, pero sin confesarlo a nadie, que él era menos enérgico de lo que había creído; «no, no tenía fuerza para oponerse al jesuitismo que había invadido su hogar». ¡Oh, por algo él vacilaba antes de consentir a De Pas apoderarse del ánimo de su esposa!

¿Pero quién os ha dicho eso? El bufón del rey, padre ó amante, ó qué yo, según dicen, de esa Dorotea, de esa dama de comedias, que es amante pública del duque de Lerma; ¡esa miserable! Tal vez desgraciada. Nunca he creído desgraciada, sino infame, á una mujer tal; ¿una perdida que se ha atrevido á poner la lengua impura en la honra de la reina? Estáis irritada... irritada acaso sin razón.

Los ojos de Juan brillan en las tinieblas, su respiración es ardiente; con una risa estrepitosa dice: No nos rodea de una aureola este bien inútil; estamos condenados en la tierra y en los cielos. Por lo tanto, aprovechemos al menos... Se interrumpe, prestando atención. ¡Calla!... He creído oír... en la pradera...

Pero no quiero terminar este dia sin dar parte al lector de que tengo una curiosidad, casi un deseo, casi una ilusion: la ilusion de visitar un monumento de Paris; un monumento en que he pensado muchas veces, que he creido ver desde España, porque uno cree ver todo aquello que le hace sentir, y algo ve realmente, puesto que el corazon tiene tambien ojos; un monumento que amo mucho, tanto como si fuera de mi país, aunque los monumentos no tienen países.

Ya se había lidiado un toro, y lo había despachado otro primer espada. Había sido bueno, pero no tan bravo como habían creído los inteligentes. Sonó la trompeta; abrió el toril su ancha y sombría boca, y salió un toro negro a la plaza. ¡Ese es Medianoche! gritaba el gentío . Medianoche es el toro de la corrida; como si dijéramos, el rey de la función.

Allí fue el desear de la espada de Amadís, contra quien no tenía fuerza de encantamento alguno; allí fue el maldecir de su fortuna; allí fue el exagerar la falta que haría en el mundo su presencia el tiempo que allí estuviese encantado, que sin duda alguna se había creído que lo estaba; allí el acordarse de nuevo de su querida Dulcinea del Toboso; allí fue el llamar a su buen escudero Sancho Panza, que, sepultado en sueño y tendido sobre el albarda de su jumento, no se acordaba en aquel instante de la madre que lo había parido; allí llamó a los sabios Lirgandeo y Alquife, que le ayudasen; allí invocó a su buena amiga Urganda, que le socorriese, y, finalmente, allí le tomó la mañana, tan desesperado y confuso que bramaba como un toro; porque no esperaba él que con el día se remediara su cuita, porque la tenía por eterna, teniéndose por encantado.