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Actualizado: 15 de junio de 2025


Item, que si algun poeta dixere que es pobre, sea luego creido por su simple palabra, sin otro juramento ò averiguacion alguna. Ordenase, que todo poeta sea de blanda y de suave condicion, y que no mire en puntos, aunque los traiga sueltos en sus medias.

Siendo todo ojos y oídos, continué mi marcha, sacando la mayor ventaja posible de la sombra, pero parecía que había tomado una dirección diferente de la que yo había creído, dado que habían partido casi cinco minutos antes que yo.

Habiendo creído ver en el mundo más virtudes que las que hay en realidad, empezaba a no creer en ninguna.

Había creído comprender, Beatriz, que tu decisión no era irrevocable. Cierto... debo reflexionar todavía. Entonces, ¿me autorizas para que responda al marqués que pensarás?... ¿que no debe perder esperanzas? Si le dijeses eso le engañarías.

Cuando Ramón estuvo solo con su madre en la pobrísima fonda donde se refugiaron, la abrazó sollozando... Iba a jurarle que el médico mentía, pero su madre le contuvo: ¡Hijo querido! No necesitas decirme nada, porque yo que no es cierto. no eres insensato ni cobarde para dejar morir a la niña sin avisar, ¡hijo querido! Ramón gritó: ¡Qué malos son en haber creído a ese médico, qué malos!

Pero ¿acaso mi escepticismo no había alcanzado también a ella? ¿Acaso no la había creído una muchachuela picardeada en una casa de vecindad y amaestrada por un fraile hipócrita? ¿Acaso no había huido de ella como quien huye de un peligro?

Y sin la señorita Bonnetable, que respiraba con ruido como para tragar una píldora enorme, se hubiera creído que no había pasado nada extraordinario. Al fin la situación se mejoró por completo en cuanto la inefable señorita Bonnetable se dignó levantarse para despedirse.

¡Ah! exclamó mi tío golpeándose en la frente. ¡Pobrecita! ¿Quién lo hubiera creído?... ¿Será posible? ¡Ya me lo había sospechado! ¿Y por qué no? Cualquiera, conociéndolo a usted... ¿o pensaba usted... que, casándose con una muchacha como esa, no?... ¡Oh! no, no contestó mi tío con cierto orgullo reconcentrado, como un hombre que está persuadido de haber cumplido con su deber.

No exclamó la abuela, no hubiera creído jamás que un apóstol, que un santo, aconsejase el celibato mundano... Y en esto tiene usted razón respondió el cura. Tan lejos ha estado San Pablo de hacer la solterona, que no se encuentran muchas en los primeros siglos del cristianismo, ni en la Edad Media ni, siquiera, en los tiempos modernos.

Don Carlos de Atienza compartió la alegría de su mujer, y recordando que debía una especie de satisfacción al Comendador, el cual se había creído aludido cuando le oyó leer el idilio contra el viejo rabadán, compuso otro idilio en defensa de un rabadán no tan viejo y en alabanza del amor de los rabadanes.

Palabra del Dia

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