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Actualizado: 25 de junio de 2025
Hasta creí que se burlaba, aun cuando su fisonomía no indicara ninguna disposición á la jovialidad. Sea lo que sea, broma ó no, fué tomada muy á lo serio por su madre y se decidió con entusiasmo á dejar á aquel idilio su inocencia y sus pies desnudos.
De pronto me asaltó la idea de que mi visitante fuese el demonio en persona, pero luego, mi raciocinio se sublevó resueltamente contra esta suposición. Yo nunca creí en el diablo, como nunca tuve fe en Dios.
No, señora... Yo creí que el coche venía hacia acá, pues aunque el camino más directo desde la calle de Atocha es Plaza Mayor, Ciudad Rodrigo y Cava, como en la entrada de la Plaza, por Atocha, están adoquinando y no se puede pasar, dije yo: «Es que el cochero va a tomar la calle Mayor». Pero por lo visto no ha venido aquí. Luego, ha ido a otra parte.
Luego supe yo, por el cochero, que lo dejó esperando junto al oratorio de la calle de Valverde, y se fue sola, y tardó... menos de media hora. Poco tiempo es pa cosa mala. Sigue, sigue. Yo creí, pues, que había ido enonde usted, a buscarle; pero me chocó que volviera demasiao pronto: y lo mismo fue entrar en casa, que ir y tirarse llorando encima de la cama. Y llora que te llora la tié usted.
Yo creí que no había mal en esto. Lo hice porque la señora no me descubriera que salgo todos los días a pedir limosna para mantenerla. Y si esto de aparecerse usted ahora con cuerpo y vida de persona es castigo mío, perdóneme Dios, que no lo volveré a hacer. ¿O es usted otro D. Romualdo?
Yo no tengo para qué presentarme otra vez delante de esa p... exclamé, poniéndome rojo. Creí que aquel insulto dirigido a su amada le iba a exasperar. Nada de eso. Siguió tan tranquilo como si nada fuese con él. Ambos guardamos silencio. Yo quedé profundamente pensativo. Las últimas palabras del malagueño me habían llegado a lo profundo del corazón.
Como era tan presumida y extravagante en su vestir, creí que doña Flora preparaba para su propio cuerpo aquellas vestimentas; pero luego conocí, viendo su gran número, que eran prendas de comparsa de teatro, cabalgata o cosa de este jaez.
Pero lo repito, señores: ¡de quien tengo más quejas es del pueblo de Zaragoza, de ese pueblo que yo creí el más grande de la tierra y que no lo es!... ¡No, no lo es! No, yo diré á esa ciudad: no te conozco, Zaragoza. Tú no eres Zaragoza. Ya no sabes levantarte como un solo aragonés. Has dejado atropellar á Riego. ¡Tú nos salvaste en otro tiempo; pero hoy, Zaragoza, nos has perdido!
Ya sabes que esa señora derrochó dos fortunas en comistrajos... Di una cosa: ayer pusiste para almorzar merluza frita. Es que creí que el médico te mandaría tomarla. Por eso se trajo. Después resultó que no. Oye una cosa... ¿Dónde está ahora Cándida? Está en la Furriela. No temas que te oiga. ¿Por qué no haces, con buen modo, que se vaya a comer a su casa? No me gustan convidados perpetuos.
Ya le parece que me está viendo en el altar, al que está convenido que debe conducirme nuestro primo el comandante Harmel. Yo creí que aquí se detendrían los arreglos futuros, pero nada de eso. Al darme, hace un momento, el beso de la noche, la abuela me ha preguntado muy seria si me gusta más el terciopelo o el raso... ¿Para qué, abuela? Para tu traje, hija mía, para tu traje de boda.
Palabra del Dia
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