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Actualizado: 29 de mayo de 2025


, vos; habéis calumniado á una santa... ¿Creéis que la reina?... Es digna de que una mujer de corazón como vos, la ame en vez de odiarla. ¿Y qué puedo yo hacer? Sed más que la querida pagada de Lerma. ¡Ah! Enloquecedle; hacedle creer que le amáis. Eso no es fácil; don Juan de Guzmán ha visto en mi casa á vuestro amigo. ¿Y qué importa? Lo sabrá Calderón... lo sabrá Lerma.

¡Bah! si yo he aceptado vuestros regalos, no ha sido porque me hagan falta, sino porque mi vanidad se halaga con los sacrificios que vuestra vanidad hace por . ¡Sacrificios! ¿creéis que me he visto obligado á hacer sacrificios para complaceros? . Os equivocáis.

Y así reposo, tan serenamente en mi lecho, con su amor en mi corazón, que me creéis muerto, que os estremecéis al verme, creyéndome muerto. Pero mi corazón es más brillante que todas las estrellas del cielo, porque brilla para Annie, abrasado por la luz del amor de mi Annie, por el recuerdo de los bellos ojos luminosos de mi Annie....

¡Ay! ¿y mi hija?... Es la mujer más pobre de corazón que conozco. Pues yo creía... ¡Pues! vos creéis en todo lo que no es, y de todo lo que es renegáis. Quisiera entenderos.

Leeis que en el año 824, cuando puede decirse que Abde-r-rahman II acababa de subir al trono, y en lo mas florido de su juventud puesto que solo tenia 34 años de edad, dos interesantes mancebos cristianos, llamados Adulfo y Juan, fueron martirizados solo por no querer abrazar la secta mahometana; y creeis quizá que el que esto autorizó tenia un corazon de tigre, inaccesible á todo humano afecto; os le figurais tal vez como un bárbaro fanático esclusivamente preocupado de la propagacion del Islamismo, encarnizado en el placer de los tormentos, y ciego de furor al solo anuncio de cualquier enemigo de su sanguinario error. ¡Cómo os engañais!

Una compañía. ¿Compañía de qué?... ¿De qué ha de ser?... Hay muchas compañías... la de Jesús, las de comediantes, las de los mercaderes... La que yo quiero es una compañía de soldados. ¿Y habéis hablado á alguien? La tengo casi ciertamente... ¡Ah! ¡es verdad! ¡sois sobrino del cocinero de su majestad! ¿Y creéis que mi tío puede?...

Vais á juzgar dijo el rey continuando la lectura : «pero lo que no conseguiríais del duque de Lerma ni de la camarera mayor...» ¡Oh, Dios mío! exclamó la duquesa : perdóneme vuestra majestad si le interrumpo, pero... me parece que el que ha escrito esta carta me cuenta entre el número de los traidores. ¿Quién dice eso? y aunque lo dijesen, ¿creéis que yo me dejaría llevar de carteles misteriosos?

Pues es muy extraño; me preguntas por su majestad, y yo acabo de recibir esta carta de manos de una dueña de palacio. Tomó la carta Juan Montiño, la leyó, se puso pálido y se echó á temblar. ¿Y de quién creéis que pueda ser esta carta? Carta que viene por la condesa de Lemos, debe haber pasado por las manos de la camarera mayor, que debe de haberla recibido de la reina.

De seguro que mira con mejores ojos á un soldado franco y alegre como yo, que nunca ofendió al vencido ni volvió la espalda al enemigo. Pensáis como podéis, y creéis decir bien, repuso Roger. Pero ¿acaso imagináis que no hay en el mundo otros enemigos que los guerreros franceses, ni más gloria que la que pueda alcanzarse combatiéndolos?

, se ve la buena voluntad... Observad qué armoniosa es toda su persona. La mirada, la sonrisa, la voz, el gesto, todo respira el contento. ¿Y la señorita Roubinet? prosiguió Genoveva. ¿Creéis que no acusa una satisfacción perfecta? respondí, pero no es lo mismo. La Roubinet finge la satisfacción de cabeza y la Fontane posee la de corazón.

Palabra del Dia

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