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Actualizado: 29 de junio de 2025
¿Creéis acaso que he herido ó muerto á don Rodrigo cuando le detuve para que no os siguiese? Entonces le desarmé. ¿Pues cuándo le habéis herido? Hace media hora; cuando salía don Rodrigo de casa del duque de Lerma; era preciso quitarle unas cartas... ¿Unas cartas? Tomad, señora dijo Montiño, sacando una cartera de terciopelo blanco bordado de oro, sobre la cual se veían manchas de sangre fresca.
Sea para lo que fuere... ¿créeis que yo puedo serviros de mucho, padre y señor? Indudablemente. ¿Sabéis, padre y señor, que vuestra privanza está muy en peligro? ¡Bah! eso dicen siempre; hace mucho tiempo que lo dicen, y sin embargo... Si os vais privando de la ayuda de todos los que os sirven, acabáreis por no ver nada... yo os he servido bien.
No dijo Godfrey, sintiendo que un vivo sonrojo le subía a la cara y sintiéndose molesto ; pero no creo que guste de mí. ¡Qué no creéis! ¿Por qué no habéis tenido el valor de preguntárselo? ¿Siempre deseáis vos casaros con ella? Esta es la cuestión. No deseo casarme con otra respondió Godfrey, de un modo evasivo.
Dicen que canta, que toca el piano, que lee y sabe muchas cosas de las que enseñan en ese colegio tan rico; que tiene la gracia de Dios para traer chalao a Su Eminencia. A la catedral pasa algunas veces por el arco, hecha una beatita, con hábito y mantilla, acompañada de una criadota fea. No será lo que creéis, muchacho. ¡Anda!
Los jóvenes acogieron con grandes carcajadas esta ocurrencia; pero el capitán, sin hacer caso de sus risas, continuó siempre fijo en la misma idea: ¿Creéis que yo le hubiera dado el vino á no saber que se tragaba al menos el que le cayese en la boca?... ¡Oh!... ¡no!... yo no creo como vosotros que esas estatuas son un pedazo de mármol tan inerte hoy como el día en que lo arrancaron de la cantera.
¿Y creéis que aunque anduvísteis extremadamente injusto, apasionado y mordaz en el tal romance, fué esta sola la causa de vuestra prisión? Sé que anduvieron también en ella vuestras antiparras. Más claro. Por turbias que sean esas antiparras para el duque de Lerma, todos ven que son ellas don Rodrigo Calderón. ¡Ah! ¡el bueno de mi secretario! Vuestro amo. ¡Mi amo! Y del rey. ¡Ah!
-Todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís -respondió el derrengado caballero-. Dejadme levantar, os ruego, si es que lo permite el golpe de mi caída, que asaz maltrecho me tiene.
Demostró que no era tan prudente ni tan sagaz como dicen, cuando no conociendo que vos representábais vuestro papel de Estado, os hacíais señor del príncipe su hijo, os lo repito; vos tuvísteis la fortuna de dar con un príncipe imbécil, y yo... el actual príncipe de Asturias, está viciado precozmente por la pasión á la mujer, que hará de él un rey á quien será imposible servir, contentar sin humillarse, sin manchar la dignidad. ¿Creéis que yo he traído al niño príncipe al regazo de esa mujer?
Ya tendré entonces lo que me falta: el reposo eterno.... No digáis que no.... ¿Creéis que no tengo ganas de descansar...? Pero mientras llega la hora, don Eugenio siempre firme en su tienda del Mercado. ¡Comerciante hasta la muerte! Y después de repetir estas palabras golpeándose el pecho, salió del salón escoltado por las señoras.
Madres de familia, las que creéis que el cielo está arriba, no llevéis jamás a vuestras hijas a la cazuela. Rogad a Dios que las lleve Satanás al infierno antes; en el infierno estará más protegido su pudor, que en aquella galera donde vuela el chisme, enreda la intriga, muerde la calumnia y se ensaña la envidia.
Palabra del Dia
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