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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Recrudecióse la sorpresa con asomos de indignación, y hasta el mesurado diplomático contrajo sus pellejos de conejo, exclamando: ¡Imposible!... ¡Imposible!... Será alguna grande de provincia... Alguna indecente que nosotros no conocemos dijo Leopoldina Pastor. No, señor; es grande de la corte, y de la cepa... y me extraña no encontrarla aquí... ¿Aquí? gritó la duquesa irguiéndose amenazadora.
V., como ejemplo, la que lleva el título de Vida y muerte de San Cayetano, de seis ingenios de esta corte, en el tomo XXXVIII de la gran colección de las Comedias nuevas escogidas. Rubricado de la Real mano de S. M. Madrid á 1.º de enero de 1653. Al Vicecanciller de Aragón.»
Yo soy el bufón del rey; pero si no me conocéis á mí, conocéis mucho á un grande amigo mío. ¿Qué amigo? Don Francisco de Quevedo. ¡Cómo! ¡don Francisco de Quevedo! dijo el cocinero mayor ¿y está don Francisco en la corte? Y algo más que en la corte dijo el tío Manolillo. ¡Ah, ah! ¿Y conoces tú á don Francisco de Quevedo, sobrino? añadió el cocinero. Estuvo hace dos años en el lugar; iba huído...
El Amir le honró con su intimidad; los grandes adoptaron sus usos y estilos; su privanza llegó hasta el estremo de vivir y comer con el rey, y disfrutar una crecida pension él y sus hijos, y ser el confidente de todos los secretos del monarca, y tener en el aposento de este una puerta secreta para entrar á verle siempre que se le antojára; su popularidad subió hasta el punto de imponer á toda la corte sus modas y caprichos, en tales términos, que no era posible en ella ser hombre de gusto delicado no imitando en todo las invenciones de Zaryab.
Las vetustenses le parecían más guapas, más elegantes, más seductoras que otros días: y en los hombres veía aire distinguido, ademanes resueltos, corte romántico; con la imaginación iba juntando por parejas a hombres y mujeres según pasaban, y ya se le antojaba que vivía en una ciudad donde criadas, costureras y señoritas, amaban y eran amadas por molineros, obreros, estudiantes y militares de la reserva.
Es una dama muy hermosa, de quien pretenden se aficionó el príncipe de Asturias. ¡Ah! Una perdida, aunque no lo parece. Importa al servicio del rey que averigüéis quién es esa mujer. Esa mujer se ha presentado en la corte hace un año. ¿De dónde ha venido? No sé más. ¿Cómo se llama? Doña Ana. ¿Doña Ana de qué? Doña Ana de Acuña. El apellido es noble.
Digo, que para tener de tal modo calado el sombrero y subido el embozo cuando yo os hablo, debéis ser mucha persona. De hidalgo á hidalgo, sólo al rey cedo. Os habla el conde de Olivares, caballerizo mayor del rey dijo el otro caballero que hasta entonces no había hablado. ¡Ah! Perdone vuecencia, señor dijo el incógnito desembozándose y descubriéndose , es la primera vez que vengo á la corte.
Su vieja amistad con el Conde de Chinchón y su parentesco con el Marqués de Velada era causa de que los menos informados le atribuyesen grande influencia en la Corte, ilusión que él mismo alimentaba repitiendo a menudo las dos o tres frases que Su Majestad le había dirigido en su larga vida de pretendiente y mostrando hacia el Monarca una admiración tan grande como el odio recóndito que, en verdad, sentía por aquel espectro coronado, cuya sola mirada le cuajaba los tuétanos.
La última escena es en la corte de Enrique III. Noticioso el Rey de la muerte del comendador de Ocaña, manda castigar severamente al matador: preséntase entonces Peribáñez; expone los motivos que tuvo para dar muerte á su ofensor, y sostiene que se ha visto obligado á hacerlo en defensa de su honor, sometiéndose al fallo de su justicia, si es culpable.
De otro singular personaje nos informa también muy detenidamente el Sr. García Pérez, prometiéndonos casi la publicación de un curioso manuscrito que de él posee. Es una relación circunstanciada de lo que vió, observó é hizo el autor, durante algunos meses del año de 1605, que estuvo pretendiendo en Valladolid, donde residía entonces la corte.
Palabra del Dia
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