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Actualizado: 29 de julio de 2025
Entiendo, pues, que lo que desea, aunque no se atrevió a decírmelo, es que tú vengas por aquí; único modo para ella de verlo claro todo; de convencerse de que la quieres, y de comprender si ella te quiere a ti, prefiriéndote a todos los encantos madrileños, los cuales, a la verdad, son mil veces menores de lo que tú piensas, para los pobres como nosotros.
Se acordó que había sido con el único objeto de complacer a Huberto; dio vuelta hacia él, a fin de convencerse, a lo menos, de que su presencia lo hacía feliz. Pero Huberto no la miraba, su atención estaba consagrada a la señorita Brandes, que estaba en la escena, y parecía no ocuparse más que de ella. Me alegraría mucho de irme a casa pensaba María Teresa.
Había sentido, como francés, una repulsión irresistible al convencerse de que Freya era una espía que llevaba causados grandes daños á su patria... Luego, como hombre, se apiadaba de su inconsciencia, de su carácter contradictorio y ligero hasta llegar al crimen, de su egoísmo de mujer hermosa y amiga del lujo, que la había hecho admitir la vileza moral á cambio del bienestar.
JULIA. Porque el hombre más enamorado siente la necesidad de comprometer su dicha, aunque no sea mas que para convencerse a sí mismo de que es libre; una mujer alegre conserva raramente a su amigo, o, si usted lo prefiere, a su amante, más de siete años. DORA. ¿Qué diferencia establece usted entre el amante y el amigo?
Esta manera de considerar la persona de Marner no era otro motivo que la palidez de su rostro y sus ojos singulares, porque Jacobo Rodney, el matador de topos, afirmaba lo que sigue: Una tarde, al volver a su casa, había visto a Silas apoyado contra una cerca, con el pesado fardo al hombro, en lugar de colocarlo sobre la cerca, como hubiera hecho un hombre que estuviera en su juicio; después, al acercarse, vio que los ojos del tejedor estaban inmóviles como los de un muerto; en seguida le habló, lo sacudió y notó que sus miembros estaban rígidos, y que las manos apretaban el saco como si fuesen de hierro; pero, precisamente en el momento en que acababa de convencerse de que Marner estaba muerto, éste recobró sus sentidos, le dio las buenas noches y se marchó.
El señor de Monthélin debió convencerse de que aquella ocasión habíala olfateado mal. Sólo le quedaba hacer una retirada honrosa. Creo dijo que el señor de Lerne sale de aquí... Vamos ¡él se venga, es en buena guerra! Tomó su sombrero, se inclinó profundamente y ganó la puerta. Juana, al quedarse sola, comprendió por primera vez, el peligro real y odioso que había corrido casi inconscientemente.
Trató de convencerse que su turbación provenía de la sorpresa que había recibido al descubrir el amor de Juan. ¡Y después, es tan triste ver sufrir! Y Juan sufría. Se conmovía todavía, recordando su mirada desesperada. En su ingenuidad atribuyó a un sentimiento de piedad sus frecuentes cavilaciones sobre Juan.
A pesar de esto, doña Manuela no quería consultar su voluntad ni revolver los recuerdos del pasado, pues sospechaba que todavía sentía algún afecto por aquel hombre. Un día murió el Fraile de apoplejía fulminante al convencerse de que en la quiebra de uno de sus corresponsales había perdido más de veinte mil duros. Sus negocios no marchaban bien en los últimos años de su vida.
Todo lo que el príncipe llevaba pensado en las últimas horas y le había seguido hasta allí, como un esbozo de remordimiento, se desvaneció de golpe. ¡Este caballerito era el que había intentado abofetearle á él... al príncipe Lubimoff!... Pronto iba á convencerse de lo que cuesta semejante atrevimiento.
Y no había más que verle para convencerse de ello: ya era otro hombre; vestía con más esmero que antes; miraba con más firmeza; andaba mejor; hablaba menos, pero más al caso... en fin, no era ya el muchachón aturdido y abandonado a sus rarezas, sino el mozo discreto y convencido de algo, con su poco de carácter y su sello de legítima personalidad.
Palabra del Dia
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