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Actualizado: 29 de julio de 2025
Acércate, hija mía, acércate... Yo no puedo salir a recibirte. Tenía la pierna extendida y el pie rodeado de franela. ...Pero mi corazón va a tu encuentro; sí, mi corazón va a tu encuentro. Lacante dijo esto dos veces, como para convencerse bien a sí mismo. La muchacha se arrodilló al lado de su butaca y le besó la mano, en la que cayeron unas lágrimas.
Para convencerse de cuán ilusoria es la teoría fundada en la semejanza de las cosas sensibles, basta preguntar ¿qué es la imágen de una relacion? ¿cómo se retratan el tiempo, la causalidad, la substancia, el ser?
Fray Domingo oyó con atención todo esto y mucho más que dijo fray Antonio, y acabó por convencerse de que había duendes; unos prosáicos, otros poéticos como el de D. Pedro y doña Eulalia, sin que la teoría de fray Antonio pugnase en manera alguna con la verdad católica, pues redundaba en mayor gloria de Dios, hasta donde alcanza a concebirla el limitado entendimiento humano. El Sr.
El abuelo hacía mención especial de él, legándole un campo «para que atendiera á sus gastos particulares, supliendo lo que no le diese su padre». ¡Pero eso representa centenares de miles de pesos! protestó Karl, que se había hecho más exigente al convencerse de que su esposa no estaba olvidada en el testamento. Los días que siguieron á esta lectura resultaron penosos para la familia.
Dunstan registró bien en el agujero para convencerse de que no contenía nada más, y luego, volviendo a colocar en su sitio los ladrillos, los recubrió de arena.
Dice Juan murmuró saliendo al patio que telegrafíen en seguida al doctó Ruiz. El apoderado le contestó, satisfecho de su previsión. Ya había telegrafiado él a media tarde, al convencerse de la importancia de la desgracia. Era casi seguro que el doctor estaría a aquellas horas en camino, para llegar a la mañana siguiente.
Por lo cual don Juan suponiéndose puesto en ridículo ante sí mismo, se asustó y resolvió convencerse de que no había degenerado, y de que estaba en pleno uso de su libre albedrío.
Desnoyers corrió al borde del camino para convencerse mejor de la verdad. ¡Ay! Eran regimientos como los que él había visto partir de las estaciones de París... pero con aspecto muy distinto. Los capotes azules se habían convertido en vestiduras andrajosas y amarillentas; los pantalones rojos blanqueaban con un color de ladrillo mal cocido; los zapatos eran bolas de barro.
Bien podía ver aquel matón que venía a buscarlo en la soledad del monte, en su propia vivienda; bien podía convencerse de que no le tenía miedo. Y para demostrar mejor su serenidad, sacó la petaca de la faja y se puso a liar un cigarro. El martillo había vuelto a reanudar su tintineo sobre el metal.
Era preciso vivir mucho tiempo a su lado para convencerse de que no era fea ni mala ni insoportable; y averiguado esto, se iba cayendo poco a poco en la cuenta de que era todo lo contrario, y hasta una alhaja para mujer de un marido de pocas necesidades intelectuales y mucho apego a la vida honrada y laboriosa de puertas adentro.
Palabra del Dia
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